La Ciencia Cristiana me llamó la atención porque tenía el anhelo profundo de tener mayor bien en mi vida. También quería librarme de un estilo de vida que incluía tomar bebidas alcohólicas en reuniones de amigos, y relaciones superficiales. Una señora con quien trabajaba era Científica Cristiana, y aunque sus compañeros de trabajo (incluso yo misma) a veces le hacían bromas por su religión, y hasta se burlaban de la idea de que se pudiera sanar por medio de la oración, en el fondo de mi ser me di cuenta de que ella sabía algo que yo quería y necesitaba saber. Había resuelto esforzarme por ser una persona mejor. Tenía miedo de no poder cambiar mi comportamiento y terminar con mis relaciones anteriores, y volver a esa forma de vida que no me había brindado satisfacción alguna; sin embargo, este deseo de vivir mejor resultó ser una fuente de fortaleza que me llevó a la curación.
Por fin le hice preguntas a mi amiga acerca de la Ciencia Cristiana y asistí a una reunión de testimonios de los miércoles en su iglesia filial. Ella me regaló un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Recuerdo que alguien leyó desde el pulpito el relato que hace la autora en este libro acerca de lo que sucedió después de su descubrimiento de la Ciencia de la curación cristiana: "Durante tres años, después de mi descubrimiento, busqué la solución de ese problema de la curación por la Mente, escudriñé las Escrituras y leí poco de otras cosas, me mantuve alejada de la vida social y dediqué tiempo y energías al descubrimiento de una regla positiva. La búsqueda fue dulce, tranquila, animada por la esperanza, no egoísta ni deprimente" (Ciencia y Salud, pág. 109).
Absorbi como esponja sus verdades espirituales.
Supe que había encontrado lo que estaba buscando. Leía Ciencia y Salud cada vez que podía, de día y de noche, y absorbí como esponja sus verdades espirituales.
Ya hacía tres años que me habían diagnosticado cáncer de la cerviz en el tercer grado. Me habían tratado con dosis diarias de radiación de cobalto por un mes, tras lo cual me dieron un tratamiento temporal de implantación de radio que me obligó a pasar un tiempo en el hospital. Cuando comencé a estudiar Ciencia y Salud visitaba con frecuencia el consultorio del médico para que me diera crimoterapia.
Al principio, aunque la Ciencia Cristiana había llegado a ser para mí como un vaso de agua fría en el desierto, no podía concebir la idea de abandonar el tratamiento médico. Después de todo, yo era una "paciente de cáncer", y los pacientes de cáncer simplemente no abandonan el tratamiento médico. Tenía la confusa idea de que podía adoptar todos los principios de la Ciencia Cristiana en mi vida y a la vez seguir dependiendo de la medicina para la curación física.
Después de unos meses comencé a comprender que mi vida no dependía de un cuerpo físico. Fui aprendiendo que mi identidad es espiritual, y que no está sujeta a las leyes de la materia. Leí en Ciencia y Salud: "Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación" (pág. 167). De modo que decidí depender radicalmente de la Verdad para sanar de cáncer. Dejé el tratamiento médico y continué con mi estudio de Ciencia y Salud, sin temer las consecuencias.
Decidi depender radicalmente de la Verdad para sanar de cáncer
Esto ocurrió hace diecisiete años. Nunca más volví a tener síntomas de cáncer cervical. Me habían dicho que mi capacidad de producir hormonas había disminuido grandemente a causa de los tratamientos de radiación, y que envejecería rápidamente si no continuaba tomando los medicamentos que se me recetaban. Esto nunca ocurrió, a pesar de que dejé de tomar los medicamentos al mismo tiempo que dejé de ir al médico.
Hace unos seis años empecé a trabajar por mi cuenta y quise comprar una póliza de seguros. A causa de mi previa historia médica, la compañía de seguros requirió que me sometiera a un examen físico. Después del examen, el médico dijo que no me podía encontrar nada malo, y comentó que desearía que todos los clientes de la compañía disfrutaran de tan buena salud como yo.
Estoy más agradecida de lo que se puede expresar con palabras por la Ciencia Cristiana, y estoy convencida de que ciertamente es el Consolador que nos prometió Cristo Jesús. Espero que este testimonio ayude tanto a los demás como los testimonios publicados me han ayudado a mí.
Washington, D.C., E.U.A.
