Mi Amigo Me Decía que estaba teniendo un año muy difícil. Sentía que las circunstancias — o quizás Dios mismo (de esto no estaba seguro)— le habían obligado a renunciar a muchas cosas. Había tenido que dejar el trabajo que tanto amaba, cambiar de estilo de vida bruscamente, y abandonar una serie de actividades que lo habían enriquecido mucho. Me dijo que había sacrificado muchas cosas ese año, pero que aparentemente no estaba recibiendo nada a cambio. ¿Y todo esto para qué? ¿Tenía alguna importancia? ¿Podía esperar algún progreso en su vida?
La mayoría de nosotros probablemente se pueda identificar con lo que este hombre estaba enfrentando. Resulta difícil sentir que estamos renunciando a algo importante en nuestra vida si vemos que nada bueno parece resultar de ese sacrificio. No obstante, hay un modo de considerar el sacrificio desde una perspectiva más espiritual que verdaderamente la relacione con el progreso y con las bendiciones que Dios ha otorgado a Su creación, y que transforme un sentido de pérdida en verdadera ganancia.
Es importante reconocer que Dios no nos exige que renunciemos a nada que sea verdaderamente bueno. La Ciencia Cristiana explica que Dios es el que da todo el bien; no nos despoja de nuestra alegría, de nuestra esperanza ni de nuestra paz. Dios, que es Amor infinito y Vida divina, crea y mantiene todo lo que es bueno en el hombre, todo lo que produce verdadera satisfacción y progreso. El Amor puro no destruye lo que es bueno; ni tampoco Dios, la Mente divina y omnipotente, descuida el bien que Él establece y las bendiciones que concede a Sus hijos.
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