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LA ÚNICA DECISIÓN QUE DEBEMOS TOMAR

Del número de abril de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Había Estado Despierta toda la noche considerando los pros y los contras. ¿Sería realmente apropiado para mí ese trabajo? ¿Estaba yo lo suficientemente capacitada para hacerlo bien? ¿Sería adecuada la remuneración? ¿Estaría en conflicto con las necesidades de nuestra joven familia? Tenía que dar una respuesta definitiva a las diez, esa misma mañana, y al amanecer, después de pasar la noche formulándome toda una serie de preguntas y de orar, ni siquiera sabía la respuesta.

Entonces, se produjo otro amanecer..., esta vez en mi pensamiento. El poner en la balanza los pros y los contras humanos no era la forma de tomar una decisión. Podía dejar de escudriñar el futuro con los consabidos “que sucedería si ...” “supongamos que...” y “tal vez”. Lo único que necesitaba saber era un simple “sí” o “no”. No se trataba realmente de tomar una decisión, sino algo parecido a observar las luces de tránsito mientras cambian de color: rojo o verde; lo que yo debía hacer era obedecer lo que Dios me señalaba.

Con toda honestidad, yo estaba dispuesta a rechazar o a aceptar ese trabajo a condición de que estuviera segura de que era el camino que Dios me indicaba. Si ése era el caso, no había razón para sentirme preocupada por las consecuencias o cuestionar las condiciones fijadas. Ahora podía orar con mayor claridad. Esa guía tan simple, de responder sí o no, estaba dentro de mis posibilidades. Debía callar y escuchar, prestar atención no a los interminables razonamientos de la mente humana, sino al impulso de la Mente divina, Dios, revelando su propia idea perfectamente formada. Y yo sabía que la respuesta aparecería de una manera tan clara que yo podría reconocerla.

Después de dejar a los niños en la escuela, fui a la casa de una amiga que era pintora, para devolverle un libro. Llena de entusiasmo, me condujo a su estudio donde estaba pintando un rododendro todo florecido, iluminado por la luz del sol. Era uno de esos momentos radiantes, tan plenos de luz, que uno no debería perder y yo estaba conmovida de poder compartirlo con ella. Al contemplar esta flor tan bella, pensé en la escasa trascendencia que adquirían las tareas domésticas y el lavado de la vajilla del desayuno, frente a un momento así. Como artista, la flor, la luz, la pintura, eran muy importantes en el trabajo de mi amiga y ocupaban el primer lugar.

Entonces, mientras me encontraba allí y con la misma suavidad con que se abre una flor, comprendí que el trabajo que me ocupaba el pensamiento, no era de ningún modo lo más importante para mí. Por alguna razón que aún no se había hecho evidente, ése no era el camino que yo debía recorrer. Supe que la respuesta era “No”.

Tuve que tener mucho valor para rechazar ese trabajo, en momentos en que aparentemente, no había perspectivas de conseguir otro. Sin embargo, días más tarde, acepté un ofrecimiento de trabajo a medio tiempo que se fue extendiendo hasta cubrir las horas que yo necesitaba trabajar, y continuó desarrollándose en forma fructífera durante tres años. Entonces, se me solicitó que me hiciera cargo de una tarea especial en un tipo de actividad totalmente diferente.

Estar preocupado por las decisiones que se deben tomar es dudar que Dios es Todo.

Mi horario de trabajo podía reducirse, acomodándose a esa nueva actividad, algo que hubiera sido muy difícil, por no decir imposible, en el trabajo anterior. Esa nueva actividad me condujo finalmente a la ocupación de tiempo completo que yo había esperado desde siempre porque era mi verdadera vocación. Solo entonces se hizo evidente el plan completo, en el que la decisión anterior había sido trascendental.

A veces parecería que las decisiones toman la forma de una serie de opciones. Cuando esas opciones parecen tener tantas cosas que considerar, brinda alivio y calma el apartarse de las numerosas facetas humanas y recurrir a la realidad espiritual: la totalidad de Dios y la plenitud de Su creación. Estar preocupado por las decisiones que se deben tomar es dudar que Dios es Todo. La Ciencia Cristiana nos enseña que en Su totalidad, no hay lugar para la duda y el temor, sino únicamente la manifestación completa de la Mente y su idea, radiante, perfecta, completa. Aunque sintamos el anhelo desesperado de saber qué es lo correcto, la verdad es que, como hijos de Dios, somos el objeto del conocimiento de la Mente, y Él nos conoce plenamente. La Mente divina no puede conocer carencia ni incertidumbre, temor ni fracaso: solamente conoce su propia y completa expresión, que incluye todas las ideas correctas.

En su obra La unidad del bien, la Sra. Eddy explica esas verdades tan poderosas: “Dios es Todo-en-todo.

“Si Él es Todo, no puede tener consciencia de cosa alguna desemejante a Sí mismo; porque si El es omnipresente no puede haber nada fuera de Sí mismo”. A continuación, se refiere a nuestra percepción humana de esta verdad: “Ahora bien, este mismo Dios es nuestra ayuda. Él nos compadece. Él tiene misericordia de nosotros y dirige todas las actividades de nuestra vida”. Y para explicar la aparente contradicción, ella agrega: “Adquirir una consciencia temporaria de la ley de Dios es sentir, en cierto modo humano y finito, que Dios viene a nosotros y nos compadece; mas alcanzar la comprensión de Su presencia, por medio de la Ciencia de Dios, destruye nuestro sentido de imperfección, o de Su ausencia, por un sentido más divino de que Dios es toda consciencia verdadera; y esto nos convence de que a medida que nos acercamos a Él aún más, perdemos forzosamente y para siempre nuestra propia consciencia del error”.Unidad, págs. 3–4.

...hay un camino para salir adelante y la Mente nos lo va a revelar...

Hay momentos en que parece que cuesta mucho trabajo dejar de lado los pros y los contras y lograr la paz. Y puede resultar angustiante comprobar que después de haber analizado numerosas opciones, todo continúa pareciendo imposible o desacertado. Entonces es cuando hacen falta dos cosas: la primera, reconocer que hay un camino para salir adelante y la Mente nos lo va a revelar; la segunda, estar total y honestamente dispuestos a obedecer las directivas de la Mente, sean las que fueren. Algunas veces, antes de que se haga visible el verdadero rumbo que se debe seguir, es preciso recurrir a la oración constante. Pero tarde o temprano, percibiremos el sendero de la Verdad y a partir de ese momento, es necesario confiar en esa guía.

No siempre resulta fácil tener esa disposición de obedecer, que es absolutamente esencial para tomar decisiones. No puede sorprender entonces, encontrar la clave en el Padre Nuestro, en la parte que dice: “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Cristo Jesús, cuya vida fue un enérgico y constante “Hágase Tu voluntad”, es un ejemplo de obediencia y constituye la inspiración y la meta de cada uno de sus seguidores.

El temor desaparece y nos sentimos libres para hacer lo que Dios ha dispuesto.

La voluntad de Dios no es una suerte ciega; es abrir el pensamiento a nuevos puntos de vista acerca de Su bondad y amor. Lo que oculta esos nuevos puntos de vista, es el ego humano siempre preocupado, siempre tratando de calcular su propio futuro. Debido a que esos esfuerzos son apenas conjeturas eruditas, traen consigo un peso terrible de dudas y falsa responsabilidad. Pero la dulce gracia de estar dispuesto a callar y escuchar el mensaje que necesitamos, trae paz y confianza. De esta manera, ponemos nuestra confianza en el lugar correcto; no en nosotros mismos sino en nuestro “Padre que está en los cielos”.

Cuando el pensamiento egocéntrico da paso al pensamiento centrado en Dios, comenzamos a disfrutar de la afluencia de pensamientos inspirados por el Alma, delineando la simetría y la belleza de las ideas divinas. El temor desaparece y nos sentimos libres para hacer lo que Dios ha dispuesto. Ésta es la verdadera obediencia. No podemos esperar que se produzcan cambios externos, hasta que no experimentemos esta liberación interior. Las decisiones correctas son solamente la señal exterior de la verdadera unidad del hombre con Dios, el Principio divino de todo ser.

A veces, logramos ver desde el comienzo el camino que tenemos por delante, pero otras, alcanzamos a divisar solo un tramo. A menudo, nos impacientamos cuando no podemos distinguir el recorrido completo; en esos casos, probablemente nos haga falta aprender la lección de tener suficiente humildad y paciencia y obrar con fe. En la Biblia, el capítulo once de Hebreos dice que la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. En la extensa discusión acerca de la fe que sigue luego, el escritor bíblico sostiene como ejemplos de inspiración, la habilidad que los primitivos hebreos demostraron de escuchar y obedecer los mandatos de Dios. Se podría afirmar que Noé fue impulsado a construir su arca en obediencia solo a un “rumor” espiritual, pues en realidad, no había evidencia alguna de que se avecinaba el diluvio. Y en cuanto a Abraham, el escritor dice: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”. Moisés continuamente tuvo que tomar decisiones mientras guiaba a los hijos de Israel fuera de Egipto, y muchas veces tuvo que hacer frente a situaciones que parecían irreversibles. Pero para todos ellos, las decisiones no eran meramente una cuestión de opciones, sino una razón de fe, una oportunidad de obedecer los mandatos de Dios, en la medida en que ellos percibían esos mandatos. Ellos no especulaban; no pretendían conocer el porqué, no trataban de saber qué sucedería si ellos obedecían o no; no discutían acerca de las condiciones ni pasaban noches sin dormir pesando los pros y los contras humanos. Lo único importante era escuchar el mensaje de Dios. La obediencia de ellos fue el resultado natural de su total confianza en la supremacía y omnipotencia de Dios.

Cuando alcanzamos la meta de sentirnos totalmente dispuestos a ir hacia el lugar que El nos conduce, sea cual fuere, o a hacer lo que Él nos indica, sea lo que fuere, nos volvemos receptivos al mensaje angelical que necesitamos. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy describe a los ángeles como: “Pensamientos de Dios que vienen al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, de la pureza y de la inmortalidad, que contrarresta todo mal, toda sensualidad y toda mortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 581. Estos mensajes angelicales no están nunca ausentes ni permanecen en silencio; la Biblia a menudo habla de legiones o huestes de ángeles que están a nuestro alcance. Por lo tanto, si se presenta la sugestión de que nunca hemos escuchado la voz de Dios y que si llegáramos a escuchar un mensaje angelical no podríamos interpretarlo, podemos, con absoluta confianza, reconocer lo contrario. Podemos afirmar la supremacía de Dios. Esto es lo que hizo Cristo Jesús, quien después de recibir su bendición como Hijo de Dios, se encontró en un desierto de dudas, debiendo tomar decisiones. Su decisión fue aferrarse a las Escrituras que había conocido desde niño y que le aseguraban el poder y la autoridad de Dios: únicamente de Dios. Jesús se mantuvo firme y fue recompensado, pues la sensación de duda y de confusión desaparecieron. Percibió la amorosa presencia de Dios, expresada a través de ángeles que le servían.

Como hijos e hijas de Dios reconocemos en forma natural la voz de nuestro Padre y sentimos gozo en obedecerlo. Su obra ya está establecida y Él la conoce muy bien, impecable en cada detalle. Sus ángeles, nuestros guías, sólo tienen para decirnos nuevas de gran gozo. Por lo tanto, éste es el punto importante al tomar decisiones. La única decisión que es preciso adoptar, es una decisión radical a favor de la totalidad, supremacía y poder de Dios, siempre a nuestro alcance, y a favor de nuestra propia disposición y habilidad de obedecerlo. Todas las decisiones menores se irán incorporando bajo el régimen de Su tierno amor.

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