Esta historia se encuentra en Mateo, capítulos 26–28; Marcos, capítulos 14–16; Lucas, capítulos 22–24; Juan, capítulos 13–21; también se habla de la ascensión en Hechos 1:1–11.
Parece increíble que la gente pudiera odiar y temer a un hombre tan bueno. Sin embargo, no hay duda de que a pesar de todas las buenas obras que él hacía, había muchos que tenían esos sentimientos hacia él. Algunas personas creían que su verdadero propósito era erigirse en rey o en gobernador militar y liberar a los judíos de los romanos que los gobernaban. Pero ser un líder militar no era de ningún modo el propósito de la curación, prédica y enseñanza de Jesús.
Los líderes religiosos se sentían amenazados por las enseñanzas y las curaciones que hacía Jesús. Uno de los rumores sobre Jesús llegó a uno de los principales sacerdotes de Jerusalén en la época de la Pascua. Esta es una fiesta judía que comenzó cuando el pueblo de Israel estaba tratando de liberarse de la esclavitud en Egipto cientos de años antes. La conexión con la libertad puede que haya hecho que los enemigos de Jesús pensaran que él haría algo para liberar a los judíos en la Pascua.
Durante la comida de la Pascua, también conocida como la última cena, Jesús trató de decirles a sus discípulos que le esperaban momentos muy difíciles y mucho sufrimiento. Les dijo que sería traicionado y que quien lo haría estaba sentado con ellos en ese momento.
Pedro, uno de los más francos entre los discípulos, le dijo a Jesús que pasara lo que pasara él siempre sería leal al Maestro. Pero, conociendo la seriedad del desafío que iba a enfrentar, Jesús le dijo que antes de que amaneciera el día siguiente Pedro lo negaría tres veces. (Más tarde, cuando ocurrió lo que Jesús le había anticipado, Pedro lloró amargamente.)
Este era un momento solemne. Después de comer la Pascua, Jesús y sus discípulos fueron al jardín de Getsemaní, que se encontraba en una colina justo al otro lado del Valle de Cedrón. Esta palabra Getsemaní significa “molino de aceite”, y puede que se refiera a los olivares que crecían en ese lugar en aquel tiempo.
Jesús les pidió a algunos de sus discípulos que vigilaran mientras él iba a orar. Él le pidió a Dios que hiciera pasar esta copa, esta experiencia, de él; pero también afirmó su disposición de hacer la voluntad de Dios, no la propia. Cuando regresó, los discípulos estaban durmiendo, y aunque Jesús los despertó, ellos no pudieron permanecer despiertos. Él siguió orando y se le apareció un ángel que lo fortaleció.
Poco después, llegaron algunos hombres armados, un siervo del principal de la sinagoga y Judas, uno de los discípulos. Judas se adelantó y besó a Jesús. Esta era una señal ya acordada para los soldados de que ése era el hombre que tenían que arrestar. Judas, uno de los doce, traicionó a Jesús por treinta piezas de plata, y después se suicidó, tal vez de arrepentimiento por lo que había hecho.
Cuando arrestaron a Jesús, todos los discípulos huyeron. Pero Pedro lo siguió a la distancia para ver qué ocurría. Primero, llevaron a Jesús al Sanedrín, el alto concilio de los líderes judíos, que era una corte de leyes judías. Allí lo acusaron de blasfemias, por decir que él era igual que Dios. Este era un crimen que, de acuerdo con la ley judía, podía castigarse con la muerte. Luego llevaron a Jesús ante Poncio Pilato, el gobernador romano, para que se llevara a cabo la sentencia. Aunque Pilato pensaba que Jesús era inocente, cumplió con los deseos de la enfurecida multitud, y Jesús fue clavado a una cruz de madera.
Hoy en día la cruz es un símbolo de salvación y es llevada con orgullo por muchos cristianos. Pero para la gente de la época de Jesús, era un castigo de lo más denigrante. Algunas personas hasta fueron a verlo y se burlaron de él.
A los lados de Jesús había dos ladrones crucificados. Uno de ellos se burló de Jesús. Pero el otro le llamó la atención a ese hombre diciendo que mientras ellos merecían el castigo por lo que habían hecho, Jesús era inocente.
Muchos conocían la bondad de Jesús, pero tenían miedo. Un centurión romano que vio lo que había ocurrido dijo: “Verdaderamente este hombre era justo”. Lucas 23:47.
También había allí muchas mujeres. Entre ellas estaba María Magdalena, otra mujer que se llamaba María, y Salomé. La madre de Jesús, también estaba presente, así como “el discípulo a quien él amaba”. Juan 19:25, 26. Se piensa que ese discípulo era Juan.
A pesar de esta injusticia, Jesús perdonó a sus enemigos, orando a Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas 23:34.
Un buen hombre llamado José, pidió permiso para sepultar a Jesús, porque el día de reposo estaba por comenzar. Puso el cuerpo en una tumba que le pertenecía, y que probablemente estaba cavada en una de las colinas cercanas.
Después del día de reposo, las mujeres que habían seguido a Jesús fueron a preparar el cuerpo para sepultarlo. Pero cuando llegaron al lugar descubrieron que habían quitado la piedra que tapaba la tumba, y que Jesús no estaba dentro. Mientras estaban allí paradas, dos hombres con ropas resplandecientes les preguntaron: “¿Por que buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”. Lucas 24:5, 6.
A partir de ese momento, los relatos de los evangelios cuentan las diferentes formas en que los seguidores de Jesús descubrieron, para gran sorpresa de ellos, que él estaba vivo. Uno de mis favoritos relata que dos de los discípulos estaban caminando hacia Emaus, una ciudad que se encuentra no muy lejos de Jerusalén. Estaban hablando acerca de lo que había ocurrido y de la novedad de que la tumba estaba vacía.
Se encontraron con Jesús en el camino, pero no lo reconocieron. Cuando él les preguntó porqué estaban tristes, le contaron toda la historia, pensando que era un forastero. De otro modo, ¿cómo es que no sabía lo ocurrido?
Mientras seguían caminando Jesús les dijo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” Lucas 24:25. Entonces les recordó todas las promesas — desde los tiempos de Moisés — que hablaban acerca de la venida del Cristo.
Cuando llegaron a la aldea, Jesús hizo como que iba más lejos, pero ellos le obligaron a quedarse. Cuando se sentó a comer, partió el pan como había hecho tantas veces con ellos antes, entonces lo reconocieron. En ese momento, Jesús de sapareció, dejándolos convencidos de que lo habían visto vivo, por lo cual regresaron de inmediato a Jerusalén. Cuando llegaron allí se enteraron de que Pedro también lo había visto. Luego Jesús apareció donde ellos estaban. Al principio tuvieron temor y pensaron que era un espíritu, un fantasma, pero luego comprendieron que era realmente su Maestro.
Sin embargo, había un discípulo al que no le era fácil creer. Tomás había escuchado a otros decir que Jesús había resucitado. Aunque ellos estaban convencidos, Tomás les dijo que no creería hasta que él mismo viera a Jesús y pudiera tocar las heridas de su cuerpo. Poco después, los discípulos, incluso Tomás, vieron a Jesús. Tomás tocó las heridas del Maestro. Y Jesús dijo: “No seas incrédulo, sino creyente”. Juan 20:27. Entonces Tomás se convenció.
Jesús permaneció con sus discípulos un poco más. El libro de los Hechos dice que se les apareció durante cuarenta días.
Entonces algo muy sagrado ocurrió, Jesús ascendió, es decir, desapareció de la vista de los discípulos.
Justo antes de ascender, Jesús dijo a los discípulos que después de que él se fuera, recibirían poder espiritual — el Espíritu Santo — y que debían diseminar por todas partes las buenas nuevas del amor de Dios por el hombre. Luego, él ascendió y una nube lo ocultó de su vista. Dos hombres, o ángeles, recordaron a los discípulos el ministerio de Jesús, y la función que ellos cumplían en él. Recordando las instrucciones del Maestro, de permanecer en Jerusalén hasta que recibieran este poder espiritual, ellos regresaron allí.
Lo que ocurre después es el comienzo de la Iglesia Cristiana primitiva y los viajes que hicieron los discípulos para compartir el mensaje del evangelio, las buenas nuevas que Jesús trajo al mundo.
