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Sigamos al Cristo con la certeza e inocencia de un cordero

Del número de abril de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Unos Años, siendo ya de noche, mis padres con uno de mis hermanos salían del campo propiedad de la familia, cuando vieron algo sobre el costado del camino. Era un pequeño cordero que estaba desfalleciente. Lo subieron a la camioneta y lo trajeron a la ciudad de Buenos Aires con ellos.

El sentido espiritual nos ayuda a conocer a Dios y a reconocer Su voz.

Esa misma noche mi madre comenzó a alimentarlo con un biberón. A los pocos días comenzó a pararse y fue para alegría de niños y adultos ver a ese corderito blanco en el patio y el jardín de la casa. Cuando estuvo lo suficientemente fuerte se lo llevaron de nuevo al campo. Al dejarlo en libertad para que se reuniera con su madre y el resto del rebaño, se volvía a la casa de su “madre” adoptiva. Cuando oía su voz, allí corría para estar al lado de ella y seguirla por todas partes. Este cordero me hizo pensar más profundamente sobre el amor maternal que Dios tiene para con sus hijos e hijas.

Cualquiera que alguna vez se halló abatido, sin fuerzas, quizás se haya preguntado porqué se ha sentido mental o literalmente abandonado, al costado del camino de la vida, lleno de frustración, dolor o pena. En esos momentos estamos sufriendo por lo que los sentidos físicos nos quisieran hacer creer que somos: seres materiales, caídos, enfermos, llenos de problemas, cuya solución final es la muerte. Mucha gente ha sentido este abatimiento, al igual que el profeta Elías cuando le pidió a Jehová que lo dejase morir en el desierto. Véase 1 Reyes 19:1–8. Aún así, al igual que Elías, en realidad no estamos abandonados. Tal vez no sepamos cómo vamos a ser salvados, pero nuestro Padre-Madre Dios envía Sus ángeles, Sus ideas divinas, para rescatarnos.

A veces parece que necesitamos llegar a ese punto de abatimiento total antes de despertar a una realidad diferente. Paso a paso, buscamos una explicación a la experiencia humana. Buscamos honestamente entender al Espíritu omnipotente. Deseando conocer a Dios por medio de los sentidos materiales, preguntamos: “¿Por qué no puedo ver a Dios? ¿Por qué no puedo oír Su voz?” La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “Los sentidos físicos no pueden obtener prueba de que Dios existe. No pueden ver al Espíritu con los ojos, ni oírlo con los oídos, ni pueden tampoco tocar, saborear u oler al Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 284.

Si no es mediante los sentidos materiales, ¿cómo hemos de conocer y entender a Dios? La Ciencia Cristiana nos enseña que es mediante el sentido espiritual que cada uno de nosotros puede desarrollar día a día. El sentido espiritual nos permite comprender a Dios y al hombre. Como la Biblia nos enseña en el primer capítulo del Génesis, el hombre fue creado a imagen de Dios, el Espíritu. El hombre, por lo tanto, es espiritual, bueno y bendito.

Por medio del sentido espiritual oímos la voz del Pastor, como lo explicó nuestro Maestro Cristo Jesús con la parábola del redil. Véase Juan 10:1–16. Él dijo que las ovejas siguen al pastor "porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. El sentido espiritual es lo que nos permite oír al Cristo, la manifestación de Dios en la consciencia, que Jesús ejemplificó en grado sumo.

Todos los vicios como el cigarrillo, las bebidas alcohólicas, las drogas, y otros, son lobos disfrazados de ovejas...

¿Recuerdan al corderito del que hablé al principio? Bueno, él discernía muy bien la voz que le llamaba. Otros podían llamarlo pero no se dejaba engañar. Si mi madre lo llamaba, corría hacia ella para que lo acariciara y la seguía por todas partes. Ese cordero, al seguir con tanta fidelidad, me hizo percibir un amor que trascendía los límites de género y especie. Pero al mismo tiempo hizo patente algo maravilloso: en el reino de Dios, todas Sus ideas expresan Amor divino. Dios se refleja en amor, y conocer este amor es experimentar el reino de los cielos en la tierra.

Pero, ¿qué podemos decir de lo que la Biblia llama “lobos vestidos de ovejas”? Un joven estudiante de la Escuela Dominical me dijo una vez que con las técnicas modernas de maquillaje, como las utilizadas en el cine y la televisión, un lobo podría quizás disfrazarse de oveja y pasar desapercibido. Y es aquí donde nuestro sentido espiritual nos ayuda. ¡Su voz lo delataría! Cuando estamos acostumbrados a escuchar al Cristo, la Verdad, podemos discernir la diferencia entre los pensamientos que nos conducen hacia el bien y aquellos que nos tientan al mal. El mal presentándose como "mal" nunca tendría éxito. Por ello necesita disfrazarse como algo bueno, puro e inocente.

Por lo general, todos los vicios como el cigarrillo, las bebidas alcohólicas, las drogas y otros, son lobos disfrazados de ovejas, pretendiendo pasar como “buenos” elementos. Prometen darnos placer, alegría, fortaleza, poder. Al engañarnos haciéndonos creer que somos seres materiales y mortales, quisieran impedirnos que conociéramos nuestra identidad espiritual y perfecta, creada por Dios.

Si un corderito es capaz de evitar ser engañado, nosotros también podemos aprender a discernir y seguir a Dios con amor y fidelidad. El deseo honesto de escuchar y distinguir la voz de Dios, y de seguirla, es una oración inaudible para los sentidos materiales, pero reconocida por el sentido espiritual. Aunque encontremos dificultades cuando seguimos la dirección de Dios, seremos sostenidos. Como la Sra. Eddy dice en Escritos Misceláneos: “El sentido espiritual de la Vida y sus nobles propósitos es ya de por sí una bienaventuranza que confiere salud e inspira regocijo. Este sentido de la Vida ilumina nuestra senda con el esplendor del Amor divino; sana al hombre espontáneamente, en lo moral y en lo físico — exhalando el aroma de las palabras de Jesús: ‘Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar’”.Esc. Mis., págs. 19–20.

De esta forma el sentido espiritual nos hace encontrar a Dios, escucharlo, comprenderlo y experimentar Su amor compasivo y salvador. Coloca la vida de aquellos que desean hacer suyo el espíritu de Cristo, realmente al borde del cielo.

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