Es La Ambición algo ajeno al cristianismo y a sus conceptos de humildad, caridad, dominio de sí mismo, y paciencia?
La palabra ambición tiene muchas interpretaciones. Un diccionario la define como: "pasión por conseguir algo en particular". A menudo se relaciona con escalar posiciones pasando por encima de otras personas, e incluso empujándolas fuera del camino para lograr objetivos particulares. ¡En realidad esto no está de acuerdo con las virtudes cristianas! No obstante, hay instancias en que la ambición tiene un propósito positivo.
A través de un cuidadoso análisis de nuestros móviles y acciones, podemos cultivar la ambición que es una disposición divinamente inspirada que nos acerque aún más al perfecto entendimiento de Dios. ¿Qué deseo podría ser mayor que entender más y más al Padre de todos? Con este entendimiento todas nuestras necesidades son satisfechas, se logra cada deseo honesto.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana no fue una persona ambiciosa ni obstinada. Ella escribió: "Yo siento nostalgia por el cielo constantemente".Escritos Misceláneos, pág. 177.
Definitivamente éste no era el pensamiento de una persona que quería alcanzar objetivos materiales. Sin embargo, sus logros para ayudar a la humanidad a través de sus escritos, sus enseñanzas y sus curaciones, son un ejemplo de lo que se puede lograr cuando Dios trabaja a través de nosotros cuando hacemos Su voluntad. En otro lado escribe: "No tengáis otra ambición, otro afecto, ni propósito, que no sea la santidad. No olvidéis ni por un momento, que Dios es Todo-en-todo por tanto, no existe, en realidad, sino una sola causa y un solo efecto".Ibid, pág. 154.
Considerar por un momento la frase "No tengáis otra ambición... que no sea la santidad". ¿Acaso no coincide esta afirmación con la declaración de Cristo Jesús?: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". Mateo 6:33. El Maestro no nos estaba diciendo que íbamos a ser privados del bien a través de una búsqueda inteligente y cuidadosa. De hecho, explicó: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". Juan 10:10. ¿No estaba Jesús hablando sobre su propio deseo, o ambición, de demostrar a toda la humanidad que ellos están bajo el gobierno de Dios?
Dentro de ese gobierno, en el reino del Espíritu, el reino de la armonía en la consciencia, la ambición se amalgama con la voluntad del Padre, que siempre bendice al hombre. En Ciencia y Salud leemos: "La ambición no egoísta, nobles móviles de vida y la pureza son los elementos del pensamiento que, al mezclarse, constituyen individual y colectivamente la verdadera felicidad, fuerza y permanencia".Ciencia y Salud, pág. 58.
Debemos continuamente analizar nuestro corazón para percibir cuáles son los móviles que incentivan nuestra ambición. ¿Son nuestros móviles mejorar nuestra situación económica, nuestro nivel social o nuestra influencia? ¿Lo hacemos para impresionar a los demás? Si es así, no podemos considerar que esos móviles son generosos, mucho menos santos. Este tipo de ambición solo conduce a una profunda falta de realización. ¿Por qué? Porque no han cedido a la voluntad de Dios, el Amor divino. El Apóstol Pablo comprendió que el considerarnos como mortales, creadores materiales, gobernadores de nuestro propio destino, luchadores en un mundo hostil, es inútil. Llamó a esa línea de pensamiento basado en lo material "los designios de la carne" que son "enemistad contra Dios". Rom. 8:7.
En la Biblia se nos asegura y reasegura que el hombre es espiritual, el linaje mismo del único Espíritu, Dios. El Apóstol Juan nos dice: "Amados, ahora somos hijos de Dios". 1 Juan 3:2. Debido a que somos espirituales es natural que recurramos al Espíritu para que modele y gobierne nuestros deseos. No te desalientes. Es verdad que la ambición generosa finalmente vencerá toda limitación.
A través de una consciente oración y el estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud, comprendemos nuestra inherente espiritualidad. Reconocemos nuestras características divinas, así como también las de los demás, como hijos de Dios. Y cuando este maravilloso renacer se produce dentro de nosotros, nuestra vida es transformada ante los ojos de los demás. Cada faceta de nuestra experiencia cambia progresivamente de acuerdo con la naturaleza y disignio de Dios.
Debemos vigilar nuestros pensamientos, nuestros móviles y acciones y asegurarnos de que estén de acuerdo con lo que dice Cristo Jesús en el Sermón del Monte. Allí se comprenderá la ambición santa. Es una ambición que bendice a todos los que nos rodean, no es egoísta, nunca transgrede los derechos de los demás, ni compromete la ética por el poder o un lugar.
Nada de la sustancia genuina o merecimiento se pierde cuando dejamos que lo personal sea gobernado por lo divino. De hecho, al ser vigilantes y obedientes al Principio, obtenemos la verdadera sustancia de la ambición, la santidad o totalidad. Cualquiera sea la condición en la que nos parezca encontrarnos, nuestro deseo de conocer al Padre producirá una transformación, una reforma que sólo puede ser llamada maravillosa.