Hace Unas Semanas recibí por correo una notificación en la cual se me informaba que era finalista de una lotería nacional. Aunque no juego a la lotería, sin pensarlo empecé a ver los papeles, sintiéndome algo tonta mientras pegaba las estampillas para el Jaguar que podía ganar como premio adicional. Yo ni siquiera quiero un Jaguar. ¿Pero por qué me sentía tonta?
Empecé a aplicar un razonamiento espiritual a esta pregunta. Yo sabía que Dios, la bondad infinita, es la fuente de todo lo que necesito, y que el hombre es en realidad la expresión de Su bondad. Y puesto que esta bondad, es enteramente espiritual, está disponible por toda la eternidad. No está sujeta a los vaivenes de la economía, ni a la suerte ni a las probabilidades estadísticas. Es el amor sin límites que tiene Dios por mí y por todos.
¿Qué ocurriría si yo pensara que esa provisión amorosa es una cuestión de suerte? ¿Qué pasa si llego a la conclusión de que no tengo suerte y de que esta lotería que recibí por correo podría cambiar mi suerte? Dios aún me está brindando Sus bendiciones espirituales. Aun ante Sus ojos me hallo perfectamente cuidada. Pero, ¿qué hago yo al recibir esas bendiciones? Estoy desconfiando de ellas, confiando en la lotería — en una improbabilidad matemática — para cambiar mi vida, en vez de abrir las puertas de mi vida a Dios "que todo renovó".Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 218.
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