Tiempo Atrás pasé por una experiencia que fue muy importante para mí. Había descubierto un bulto en un pecho que me producía dolor y seria preocupación. Luché contra el miedo, contra la duda, contra la autocompasión, y traté de orar sola por este problema. En ese momento tenía por delante un acontecimiento muy importante para la familia que me demandaría mucho trabajo y mucha actividad y quería hacerlo todo con mucha alegría. Pasaban las semanas y no veía mejora en mi condición.
Un día leyendo un artículo en el Heraldo, hubo una frase que me impactó, que decía: "al temor hay que vencerlo con valor". Esa palabra "valor" tuvo mucha importancia para mí, porque yo sentía que me estaba entregando a esa enfermedad. En ese mismo momento decidí llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara con la oración.
Al terminar la entrevista con esta practicista realmente salí muy reconfortada, muy aliviada, muy tranquila, y empecé a orar diariamente. Puedo decir que desde que abría los ojos a la mañana hasta la noche oraba permanentemente, afirmando que el hombre es espiritual, que es inseparable de su Creador y también que no había nada que pudiera impedir el fluir permanente de la armonía divina.
Un domingo la practicista me entregó un artículo del Christian Science Sentinel. En él había un artículo muy interesante que básicamente hablaba sobre espiritualizarse no hipnotizarse a uno mismo. El autor contaba de un amigo que era hipnotizador y que le comentó que él nunca hipnotizaba a las personas, ¡sino que lo sugería y las personas se hipnotizaban ellas mismas!
Pensé, realmente, ¿cuántas sugestiones aceptamos en nuestro pensamiento? Por ejemplo, la gente cree que el hombre vive en la materia, que nuestra salud y nuestra vida depende del tiempo, de ciertas comidas, de la edad, de la economía, de la influencia de las estrellas. A partir de allí, traté de admitir únicamente los mensajes puros de Dios para saber que Dios es la única Mente, la Verdad omnipresente, y que no hay nada que pueda separarnos del bien infinito, Dios. Seguí en oración permanente afirmando la verdad de mi espiritualidad.
Una mañana al despertarme, me di cuenta de que el bulto había desaparecido, y que no quedaban síntomas ni evidencias de la enfermedad. ¡Me invadió, por supuesto, una alegría enorme! Han pasado muchos años y sigo dando gracias a Dios llena de gratitud.
Buenos Aires, Argentina
    