Hace Tres Años, cuando cruzaba la calle, no me di cuenta de que había cambiado la luz del semáforo y que el tránsito se había empezado a mover. Una motocicleta que venía a gran velocidad me golpeó y me lanzó por el aire. Caí sobre los pies, y noté que el conductor estaba tirado en el suelo. En lugar de preocuparme por mí, fui a ayudar al motociclista. Esto fue muy importante para mi propia curación. No me quejé ni lo acusé, sino que traté de ayudarlo a que se levantara. Al hacerlo me olvidé de mí mismo. Realmente quería ayudarlo.
Muy pronto la multitud se dispersó, el motociclista siguió su camino, y yo caminé el resto del camino hacia mi oficina. Minutos después de haber llegado, comencé a sentir un dolor cada vez más fuerte en el costado donde había recibido el golpe. Cuando fui al baño me di cuenta de que tenía heridas internas, porque eliminé gran cantidad de sangre. Me alarmé pensando que me había lastimado un riñón.
Sin embargo, gracias a mi estudio de la Ciencia Cristiana supe que debía calmar el pánico de inmediato, porque el temor indica falta de confianza. El temor supone que Dios no es infinito, omnipresente ni omnisciente. Para superar el gran temor que sentía, comencé a orar.
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