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Sin ninguna cicatriz

Del número de julio de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mucha Gente que sufrió de abuso sexual a edad temprana ha notado que a veces eso ha perjudicado el desarrollo de una relación sana. Los temores ocultos y el sentido de culpa parece que les impide expresar normalmente su afecto y su capacidad de confiar en el sexo opuesto. Para los que se están esforzando por dejar atrás esos sueños sombríos y liberarse de los efectos secundarios, es muy importante, el mensaje del Cristo, la Verdad, revelando la pureza y la semejanza del hombre con Dios.

El hombre no es atraído por el mal. La creencia que induce a los niños a sentirse culpables de las acciones ilícitas que les han infringido, es en sí misma una creencia injusta e infame. Para liberarse de esto, es muy importante comprender y aceptar el hecho, de que puesto que somos la semejanza de Dios, somos buenos. Un relato de Job da justo en el clavo, dice: "Tengo asida mi inquebrantable inocencia, ni siquiera por un momento necesito reprocharme a mí mismo", (Job 27:6, traducción de James Moffart). La versión King James dice: "Mi justicia tengo asida, y no la cederé; no me reprochará mi corazón en todos mis días". La Ciencia Cristiana enseña que la verdadera individualidad de cada uno de nosotros es semejante a Dios, no tiene imperfecciones y Dios mantiene la pureza y la bondad de Su creación.

Pero si uno se siente deshonrado, culpable, que no es digno — ya sea justificable o no — ¿cómo puede uno recuperar un sentido de inocencia? ¿Cómo puede uno tener confianza? ¿Cómo puede uno aprender a expresar afecto sin temor? La vida de Cristo Jesús nos da la respuesta. Cuando su ministerio estaba por comenzar, buscó a Juan el Bautista, que estaba predicando a orillas del río Jordán. Cuando Jesús fue bautizado, se escuchó la voz de Dios que lo reconoció como Su Hijo: "Éste es Mi hijo amado, en quien tengo complacencia". Mateo 3:17. De la misma manera, el bautismo del Espíritu nos ayuda a reconocer nuestra propia identidad determinada por Dios. El poder purificador del Espíritu, Dios, nos lava de todo falso sentido de nuestro ser y de todo lo que pueda deshonrar a nuestra naturaleza como hijo de Dios, la imagen y semejanza del Amor.

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