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"Aun los profesores merecen ser queridos"

Del número de mayo de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Pablo siempre sintió que debía obtener buenas notas en el colegio. Trabajaba con ahínco y disfrutaba de la mayor parte de sus asignaturas, pero inglés, no era su asignatura preferida. Algunas de las cosas que su profesor de inglés hacía en clase como recreación, para Pablo, simplemente no tenían sentido y además, pensaba que su profesor no sentía por él ningún aprecio.

Cuando le devolvieron el único examen de inglés de ese trimestre, quedó convencido de que el profesor realmente lo detestaba. Y no era para menos: su compañera, la que se sentaba junto a él, había cometido más errores que Pablo y sin embargo, sus notas eran más altas que las suyas. ¡Eso no era justo y el profesor ni siquiera quería hablar del asunto! Para peor Pablo iba a tener que asistir a la clase de ese profesor el siguiente trimestre.

Toda esa situación hacía que Pablo se sintiera desmoralizado. No estaba contento con sus notas; por cierto que no le gustaba la manera en que lo trataba su profesor; y además, estaba disconforme consigo mismo, debido a que odiaba a su profesor. Pablo concurría a la Escuela Dominical de la Christian Science. Allí había aprendido lo importante que es seguir el ejemplo de Cristo Jesús y obedecer sus palabras: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos". Mateo 5:44, 45.

Pero querer a su profesor de inglés parecía ser algo muy difícil. Pablo se preguntaba: "¿Cómo es posible querer a alguien que no te quiere?" La respuesta que le vino fue muy simple: "No tienes necesidad de querer las cosas erróneas que otros hagan, sino querer lo bueno y verdadero que hay en ellos". Dios nos ama sin excepción, a cada uno de nosotros, porque somos Sus hijos, hechos a Su imagen. Querer a los demás, como hizo Jesús, es comprender que somos realmente buenos y perfectos, porque Dios es bueno y perfecto. Todo aquello que aparenta no ser bueno, es una ilusión; nunca forma parte del verdadero ser de alguien.

Mientras pensaba en estas cosas, Pablo comenzó a darse cuenta de que debía corregir sus propios motivos. Aunque no hay nada de malo en tratar de obtener buenas notas, precibió que su propósito en hacer bien las cosas, había sido para demostrar a los demás lo inteligente que era. Al proceder de esta manera, no podía gozar de la aventura de descubrir más acerca de Dios, que es la Mente divina. Percibió que podía encarar sus estudios recurriendo primero a la Mente divina para que lo guiara y luego, expresando con humildad la inteligencia y sabiduría que Dios brinda a todos Sus hijos.

Pablo decidió dejar de preocuparse por las notas; en lugar de eso, se iba a dedicar a orar para percibir todas las cualidades derivadas de Dios que expresaba su profesor. En primer lugar, su profesor era muy inteligente. Y puesto que la inteligencia es una cualidad de Dios, Pablo llegó a la conclusión de que era fácil apreciar esa cualidad. Luego estuvo de acuerdo en que su profesor a veces era realmente divertido. Evidentemente, poner alegría y felicidad al alcance de los demás, es una manera de expresar a Dios. Al cabo de muy pocos minutos, Pablo contaba con una lista bastante extensa. Cada vez que se sentía tentado a enojarse porque sus notas eran bajas, oraba en silencio para poder amar a su profesor y verlo solamente como la semejanza de Dios. Y mientras tanto, pensaba: "Aun los profesores merecen ser queridos".

Un día se le ocurrió que no era suficiente pensar de esa manera sólo cuando se sentía enojado con su profesor de inglés. Debía expresar el amor de Dios todo el tiempo y hacia todos, incluso hacia sí mismo. Esta experiencia lo estaba ayudando a comprender que si bien, a veces no resultaba fácil expresar el amor de Dios, era esencial hacerlo. No importa cuánto pensemos que se nos ha maltratado o lo justificado que parezca ser nuestro enojo, debemos dejar de lado el odio, a fin de poder amar a quienes podríamos calificar como nuestros enemigos. Amar con el amor de Dios, no nos debilita; por el contrario, nos fortalece y nos libera. Y no lo hacemos, simplemente para poder, a nuestra vez, ser amados. Lo hacemos porque expresar Su amor forma parte de nuestra naturaleza como hijos de Dios.

En No y Sí, Mary Baker Eddy escribe: "Con el amor de Dios podemos eliminar el error de nuestro propio corazón y borrarlo del de los demás".No y Sí, pág. 7. Pablo llegó a percibir que el enojo no era parte de él, del mismo modo que la maldad no era parte de su profesor.

Cinco meses más tarde, cuando finalizó el segundo trimestre, Pablo descubrió que había ocurrido algo maravilloso: ya no sentía antipatía por su profesor de inglés. Por el contrario, lo admiraba y respetaba. ¡Incluso, había logrado sentir placer en estudiar inglés! También estaba agradecido porque sus notas del trimestre habían mejorado notablemente. Pero eso ya no tenía tanta importancia para él como las lecciones que había aprendido acerca de los motivos correctos y la importancia de amar a nuestros enemigos. Podemos amar con mayor pureza cuando reconocemos que todos somos hijos de Dios. Esta es la clase de amor que sana, incluso los problemas del colegio.

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