Cristo Jesús no sólo enseñó que el hombre es el hijo de Dios; sino que demostró que ese entendimiento lleva a la salvación.
Las cualidades espirituales como la inteligencia, la pureza, el regocijo y el amor nos identifican como hijos inmortales de Dios, el Espíritu. En la medida en que veamos el bien, se manifestará la afirmación de la filiación espiritual del hombre. Cualquier persona que alcance una comprensión más clara de la naturaleza divina del hombre, tendrá poder para traer a su experiencia la evidencia de esa naturaleza donde pareciera estar ausente. Al identificarnos con nuestro Padre divino, como Su expresión, descubrimos en forma natural que nuestros pensamientos y nuestras acciones expresan con mayor claridad nuestro verdadero ser. Y encontramos que nada puede anular esta creciente demostración de nuestra sagrada relación con Dios.
El entendimiento de la individualidad verdadera y divina del hombre anula todo sentido falso acerca de él. Ese falso sentido pretende ocultar la realidad divina de la creación. Por ejemplo, conocí un joven cuyos padres habían abusado severamente de él, desde que era muy pequeño. Se fue de su hogar cuando era un jovencito y hasta llegó a vivir en la calle. Se volvió adicto a las drogas y al alcohol. Además, para sostener el vicio, cayó en una vida de homosexualismo y robo. A pesar de ello, desde que era niño había tratado de encontrar consuelo espiritual y había investigado muchas religiones, en las cuales sólo encontró alivio temporal.
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