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¿Cómo respondo a la homosexualidad?

Del número de mayo de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Homosexualidad es un tema que divide drásticamente a la gente. Si nos basamos en los informes actuales de los medios de comunicación, que expresan opiniones tan opuestas, podríamos llegar a la conclusión de que es imposible que alguna vez se llegue a un acuerdo sobre el tema. Las opiniones de ambos lados son muy firmes, y a menudo se forjan en conceptos equivocados o el temor.

¿Es esto motivo para desalentarse? A pesar de los puntos de vista inconclusos de la gente, tenemos una fuente de inteligencia infinita que nos proporciona respuestas y directivas claras para resolver cualquier dilema, y nos ayuda a saber el curso de acción a tomar. Esa fuente es Dios. Él es la Mente; y esta Mente conoce nuestro origen perfecto. Sabe lo que es correcto para cada una de Sus ideas, tú y yo. Dios Mismo está siempre presente y nos ama a cada uno de nosotros porque somos Sus queridos hijos, nos da propósito y dirección. Cada uno de nosotros es la idea perfecta de la única Mente.

Dios se está comunicando con todos Sus hijos, y nosotros tenemos un vínculo directo con Él que es constante e inquebrantable; nada puede hacerlo peligrar. Y no hay dos personas que estén exactamente a la misma altura en el mismo sendero de progreso. En consecuencia, ninguna otra persona puede saber exactamente las lecciones que debemos aprender ni la forma de aprenderlas. Sin embargo, Cristo Jesús nos da un ejemplo para encontrar nuestro camino y progresar hacia el Espíritu: "el plan de aprendizaje" para cada persona se va aclarando al escuchar y obedecer a Dios con humildad y persistencia.

Un amigo de hace tiempo al que aprecio mucho y que es homosexual, estaba preocupado porque muchas de las opiniones que ha escuchado sobre la homosexualidad hablan de que necesita ser sanada. Su pregunta es ¿qué derecho tiene alguien de decirle a él eso?

Al reflexionar sobre esta pregunta, me pareció que Jesús respondió con mucho acierto cuando Pedro se ocupaba de la situación de otro hombre y preguntó una vez: "Señor, ¿y qué de éste?" El Maestro le dijo: "Si quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú". Juan 21:21, 22.

En su libro No y Sí, Mary Baker Eddy confirma esta enseñanza: "Recomiendo que los Científicos Cristianos no hagan distinción alguna entre una persona y otra, sino que piensen, hablen, enseñen y escriban la verdad de la Christian Science, sin hacer caso del carácter de las personas ya sea correcto o no en este campo de acción. Dejad que el Padre, cuya sabiduría es infalible y cuyo amor es universal, haga las distinciones de los caracteres individuales, y que discrimine entre ellos y los guíe".No y Sí, págs. 7-8.

Entonces, ¿qué necesitamos sanar? Para algunos, puede ser el odio. Para otros, la intolerancia, los malos entendidos. Todavía para otros, puede ser el sensualismo, la promiscuidad o el adulterio. Y podemos contribuir a erradicar estos rasgos falsos al negarnos a adjudicárselos a alguien. Todos podemos orar para corregir nuestros propios conceptos equivocados acerca del hombre como algo menos que la idea perfecta de Dios. Esto incluye percibir la mentira de que el hombre de Dios pueda jamás ser criticón o pecaminoso. Cuando nos esforzamos por conocer solamente al hombre real, la imagen y semejanza de Dios, empezamos a ver la evidencia de esa verdad a nuestro alrededor y podemos ayudar a otros cuando precisan ayuda. Si éste es nuestro modo de actuar, estamos contribuyendo de la manera más significativa a que la humanidad reconozca lo que es correcto sobre éste lo mismo que sobre cualquier otro asunto.

"Dios te va a guiar"

Esta perspectiva espiritualizada promueve curación y paz. Hablo por experiencia. Hubo una época de mi vida en la que el sensualismo ocupaba el primer lugar en mi pensamiento. Lo consideraba como una parte inseparable de mi identidad, algo que definía quien era yo. Cualquier insinuación de que tenía que renunciar a algo me hubiera sonado ridículo. Identificarme de esta forma me hacía sentir atractiva, interesante y fomentaba esa manera de sentir.

Aunque soy heterosexual, mi actitud hacia el sexo sonaba familiar a mi amigo homosexual. Teníamos mucho en común mientras cada cual seguía con su estilo de vida individual. Pero, a medida que pasaba el tiempo, los dos añoramos una base más espiritual. Mi amigo se afilió a una iglesia para la que no era un problema su orientación sexual.

Yo decidí afiliarme a la iglesia de la Christian Science a la que había estado asistiendo. (En esa época no tenía relaciones con nadie.)

Cuando empecé a trabajar en los distintos comités de la iglesia, gradualmente fui tomando consciencia de que había una norma moral que no veía muy claramente. Había pensado que todo lo que precisaba hacer era obedecer la letra de la ley moral, pero entonces descubrí que para liberarse verdaderamente de la sensualidad hay que ir mucho más lejos. No sabía si podría alguna vez alcanzar esa norma y empecé a sentirme muy hipócrita. Temía perjudicar a la iglesia si continuaba ocupando cargos, aunque amaba esa iglesia de todo corazón.

Por último, desesperada, me dirigí a otra miembro y le hablé abiertamente de mi situación. Le pedí francamente que me juzgara y me dijera si creía que estaba preparada para continuar como miembro. Nunca me olvidaré de su respuesta. Con lágrimas en los ojos, simplemente me dijo: "Dios te va a guiar". Me quedé sorprendida. No me juzgó a mí ni a lo que le había dicho, sino que comprendió que yo estaba enteramente en manos de Dios.

Profundamente impresionada con el amor y la tolerancia que me había demostrado esta querida amiga y mi iglesia en general, reflexioné honestamente sobre lo que estaba haciendo y porqué lo hacía. Poco después obtuve la sabiduría y fortaleza espiritual que precisaba para dejar de verme sensualmente y abandonar la carga que esto acarreaba. Vislumbré un nuevo concepto de mí misma: me vi enteramente espiritual, gozosa y completa. Las bendiciones que este nuevo punto de vista me ha traído a mí, a mi familia y a mi iglesia son incalculables.

Llegué a mis propias conclusiones mediante el amor real, no mediante la condenación.

Esta experiencia es muy valiosa para mí, porque no sólo me mostró la posibilidad innegable de redención, sino que también ilustró la necesidad de liberarnos para dejar de juzgar y condenar a los demás. Llegué a mis propias conclusiones mediante el amor real, no mediante la condenación. En lo que respecta a mi amigo homosexual, siento que él también está progresando, puesto que estoy segura de que Dios le comunica la verdad de su propia identidad espiritual, del mismo modo que Dios me comunica esa verdad a mí.

No hay nada más poderoso que el Amor para disolver la resistencia e inspirar el pensamiento. La experiencia me ha convencido de que, fuera del matrimonio legal, la castidad es el único estilo de vida que sostiene el crecimiento espiritual y la estabilidad. Pero aun en el matrimonio, reconozco que todavía tenemos que superar la creencia de que somos mortales sensuales. He llegado a esta conclusión, no porque me hayan convencido, sino por experiencia propia, y por esa expresión de Amor divino que tuvo esa miembro de la iglesia para conmigo.

Ahora, cada vez que oigo que alguien "está haciendo algo que yo no haría", me acuerdo del ejemplo de esta miembro de mi iglesia y me detengo a pensar. Mi deber es ser afectuosa, paciente y humilde. Es la responsabilidad de Dios y no la mía, dirigir a quienes ama. A veces, lo que una persona necesita aprender realmente es que es amada, puramente amada. Podemos poner nuestra confianza en el gobierno del Amor divino y dejar que sea Dios el que se encargue de amoldar y modelar. Ciencia y Salud declara: "En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el disolvente universal del Amor la dureza adamantina del error —la obstinación, la justificación propia y el amor propio— que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte".Ciencia y Salud, pág. 242.

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