Cuando el Alférez de Navío Lightoller asumió su puesto como segundo oficial del Titanic, nunca se le habría ocurrido que a los pocos días estaría parado en la cubierta de un barco que se hundía, ayudando a la gente a subir a los botes salvavidas. Tampoco pudo haber anticipado que muy pronto estaría luchando por salvar su propia vida cuando el enorme buque se hundía en las profundidades.
Aunque su experiencia atrajo mucha menos atención a lo largo de los años que la tragedia que giró alrededor de ella, su mensaje es en cierta manera mucho más instructivo, porque habla de ser liberado en condiciones aparentemente imposibles.
Charles H. Lightoller, cuyo testimonio publicado en The Christian Science Journal de 1912 reimprimimos hoy en este número del Heraldo, en su hora de necesidad, recurrió a las verdades espirituales fundamentales y esas verdades lo salvaron.
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