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Si bien es cierto que de niña...

Del número de mayo de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si Bien Es cierto que de niña fui criada en la Christian Science, en el seno de una familia que me apoyaba y quería mucho, cuando entré en la escuela secundaria me empecé a sentir básicamente inadecuada. Era renuente a trabar amistad con los demás porque me parecía que no me iba a amoldar. Al llegar a la universidad, realmente me sentía muy incómoda en algunas actividades de estudiantes que se suponía eran divertidas. Tenía muchos amigos, pero sentía que realmente era yo misma cuando estaba entre algunos pocos.

Después de haber aceptado la idea de que tal vez nunca encontraría mi lugar socialmente, conocí a una joven en la universidad con la que tenía mucho en común. Teníamos intereses académicos y culturales similares y compartíamos muchas experiencias. Lo más sorprendente fue que ninguna de las dos sentíamos que formábamos parte del común de la sociedad. Comenzamos a pasar juntas todos nuestros momentos de ocio, y por primera vez en varios años me sentí cómoda y desahogada. Gradualmente me fui dando cuenta de que me atraía físicamente y además descubrí que esta atracción era mutua. Empezamos a salir juntas y excluimos a todos los demás, casi no nos separábamos. Aunque en ciertos períodos vivimos en distintas ciudades, continuamos esta relación durante casi tres años. No obstante, el compromiso de mi parte siempre fue titubeante, porque tenía sentimientos de culpa. No teníamos relaciones íntimas, pero la tentación era inexorable, y la lucha, la frustración y la obstinación caracterizaban nuestra relación.

Otra dificultad era no poder compartir a mi amiga con mi familia. Mantenía lazos muy estrechos con mi familia y sabía que no iban a aceptar la idea de que era homosexual. Lo que es más, la relación comprometía mi participación en una iglesia filial de la Christian Science. Seguía considerando seriamente que la Christian Science era la manera de vivir que algún día escogería, a pesar de que sabía que era incompatible con mi relación romántica con otra mujer. Aun después de haber estudiado e intercambiado ideas con otras personas, podía ver la razón de esa incompatibilidad. Quizás los momentos en que me sentía más molesta era cuando intentaba orar, cuando mis sentimientos alternaban entre la justificación propia y la vergüenza. Me sentía profundamente triste y frustrada. Lo que había comenzado como una fuente de consuelo se había convertido en una carga. Sin embargo, la soledad que anticipaba iba a sentir sin la compañía de mi amiga me hacía reacia a terminar con esa relación.

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