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Testimonio de un pasajero del Titanic

Del número de mayo de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Sería Imposible en un espacio tan limitado tratar de contar en detalle los profundos cambios de pensamiento que la Christian Science me ha producido en los siete años que la conozco. Cuando vi por primera vez el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, me encontraba entre los llamados agnósticos. Estudié ciencias naturales durante muchos años, me gradué en la Universidad de Cambridge en los departamentos de química, física y biología, y después realicé allí trabajo de investigación, y publiqué los resultados de ese trabajo. Durante el tiempo que pasó entre que salí de Cambridge y conocí la Christian Science, enseñé y di conferencias sobre ciencias naturales en uno de los colegios más grandes de Inglaterra, donde mi trabajo principal consistía en dar los fundamentos básicos para la carrera de medicina que seguirían los muchachos que asistían a mis clases.

Cuando me dieron a conocer la Christian Science, al principio fue esencialmente una nueva teoría que necesitaba probar y ver sus resultados antes de aceptarla como verdadera, como cualquier otra teoría. Durante estos siete años me ha demostrado a diario, en miles de instancias, que no es una mera teoría sino una declaración de la ley definitiva e invariable, que se puede probar en cualquier momento y en cualquier lugar, y que al aplicarla se obtienen resultados totalmente satisfactorios, en exacta proporción a mi lealtad en obedecer la ley.

Entre las muchas pruebas de la ley de la oferta y la demanda que ofrece la Christian Science, desde la perspectiva de que brinda la provisión necesaria, quiero expresar mi más profunda gratitud por una prueba que tuve. Yo era pasajero del Titanic, que chocó contra un iceberg y se hundió en medio del océano el 14 de abril de 1912, y estoy convencido de que si no hubiera sido por mi conocimiento de la Christian Science, y la aplicación de ese conocimiento para superar el temor y el peligro, mi nombre formaría parte de la lista de desaparecidos.

Como Científicos Cristianos aprendemos todos los días a apoyarnos absolutamente en Dios para que nos ayude en toda circunstancia de la vida humana, y estamos felices de aceptar las innumerables bendiciones que recibimos como resultado de apoyarnos en Él, sin tratar de averiguar ni conocer los pasos intermedios que existen entre nuestra fe y sus resultados. Pero en este caso la manera en que un pequeño conocimiento de la Christian Science me protegió y me guió para salir del peligro, es tan evidente que puede ser útil relatarlo.

Después de la primera señal de peligro, tras la colisión, fui a mi camarote y leí el Salmo noventa y uno con mucha atención tres veces. Acababa de abrir Ciencia y Salud para leer la interpretación del Salmo veintitrés (pág. 578), que comienza "[El amor divino] es mi pastor", cuando hicieron la última llamada para que fuéramos a la cubierta. Me puse la Biblia y "Ciencia y Salud" en los bolsillos y respondí al llamado, armado con el conocimiento que la Christian Science da del Salmo noventa y uno, conocido por muchos como un refugio en momentos de peligro. En este estado mental pude permanecer tranquilo en el lugar que estaba, del lado de estribor, y observar cómo los botes que habían sido bajados a la cubierta inferior, llenos de mujeres y niños, descendían al mar, y se alejaban remando hacia la oscuridad. Entonces se escuchó el rumor entre los hombres de la cubierta superior de que nos sacarían del barco del lado de babor, y aunque cosas que ocurrieron subsecuentemente demostraron que la orden no fue oficial, en ese momento pareció auténtica, y casi todos siguieron la orden. Yo sentí que estaba más en armonía con las enseñanzas de la Christian Science, "[estar] quieto, y [conocer] que yo soy Dios" (Salmo 46:10), para evitar la multitud y permanecer tranquilo en el lado de estribor hasta que se me presentara la oportunidad de escapar.

Poco después, hubo repetidas llamadas para que acudieran mujeres, en la cubierta inferior donde se estaban llenando los botes, y al mirar por el borde de la cubierta superior vi que había un bote salvavidas casi lleno. No encontraron más mujeres, y uno de la tripulación, al verme asomar, primero me preguntó si había alguna mujer en la cubierta superior, y al responderle que las habían bajado a todas hacía media hora, me dijo que saltara al bote. Así lo hice y el bote fue bajado al mar. Después de algunas horas de vagar en la oscuridad, llegamos a salvo al Carpathia, donde todos los pasajeros llegamos en perfecto estado de salud y sin sufrir ningún incidente desagradable.

Desde el momento en que me recogieron del bote salvavidas, me sentí libre de toda sensación de cansancio y shock, y durante los cuatro días a bordo del Carpathia descubrí que el conocimiento de la Christian Science fue suficiente para responder a toda condición que se presentó. Cuando finalmente llegamos a Nueva York, me embargó un insistente sentido de pérdida, puesto que todo mi equipaje, ropa y dinero se habían hundido con el barco. Pero aquí una vez más el conocimiento que brinda la Christian Science pudo destruir este pensamiento y probar que toda necesidad humana es satisfecha cuando nos apoyamos en Dios como la fuente de toda provisión. Yo había asegurado mi equipaje minutos antes de embarcar en Southampton, por una suma que cubría el costo de nuevos baúles y ropa. Mi dinero, que había entregado al sobrecargo del Titanic y estaba en su caja fuerte, era una carta de crédito y cheques. La cantidad de la primera me fue entregada fácilmente, y mi banquero había tomado nota de los números de los cheques, de manera que el Banco de Inglaterra me devolvió ese dinero a su debido tiempo.

Las leyes divinas están al alcance de todos

No puede haber ninguna duda de que la Christian Science fue el medio por el cual escapé del naufragio del Titanic, y también es obvio que todo el conocimiento que yo tenía de las leyes materiales de la ciencia natural fue totalmente inútil en esa ocasión. Nunca se me hubiera ocurrido recurrir a esas leyes en busca de ayuda en tales condiciones de peligro, sin embargo, fue un acto bastante natural y casi inconsciente recurrir de inmediato a la Biblia y a la interpretación que da la Christian Science. Igualmente natural fue para mí sacar del naufragio la Biblia y el libro de texto de la Christian Science como las cosas más importantes al abordar los botes. Esa noche se me reveló, en cierto grado, el verdadero valor de la Christian Science, y la manera en que sus estudiantes llegan a apreciar el apoyarse en ella.

La deuda que como Científicos Cristianos debemos a nuestra Guía, la Sra. Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science, se vuelve patente para aquel que pasa por una experiencia como ésta. Me he dado cuenta más que nunca antes, de que esos resultados se pueden atribuir directamente a la pureza de percepción que ella tenía, su invencible determinación de aprender la verdad exact acerca de Dios frente a cada obstáculo, y la naturaleza espiritual que le permitió dejar sentado que las leyes divinas están al alcance de toda la humanidad bajo cualquier circunstancia concebible.


Traducción de un testimonio publicado en el Christian Science Sentinel del 20 de diciembre de 1913, Vol. 16.

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