Probablemente nos reiríamos al pensar que alguien nos podría contagiar su buena salud. Sin embargo, la fundadora de esta publicación, Mary Baker Eddy, escribe para quienes se enfrentan al contagio: "Si uno creyera con igual sinceridad que la salud es contagiosa cuando se está en contacto con personas sanas, se contagiaría del estado de ellas tan positivamente y con mejor resultado que cuando se contagia del estado del hombre enfermo".Escritos Misceláneos, pág. 229.
Creer que podríamos contagiarnos una enfermedad parecería normal, pero no lo es. Esta creencia se deriva de las costumbres humanas y del hábito de pensar que somos vulnerables al mal. En cierto sentido, se nos ha inculcado que la enfermedad y el contagio son normales. Ciencia y Salud, la obra principal de la Sra. Eddy, nos enseña la manera de librarnos de esta educación falsa y defendernos de sus malos efectos.
Este libro explica que el temor es la causa fundamental de toda enfermedad, cualquiera sean sus características. De modo, que lo primero que debemos hacer para defendernos de la enfermedad mediante la oración, es eliminar el temor. Ciencia y Salud declara sobre ello: "Comenzad siempre vuestro tratamiento apaciguando el temor de los pacientes".Ciencia y Salud, pág. 411.
A veces el miedo parece incontrolable. Durante ciertas estaciones del año, los avisos comerciales de la televisión y las crónicas del diario promueven el temor al contagio, aunque su intención sea dar un servicio al público. Al principio del invierno, el diario de mi localidad, incluyó una sección dedicada enteramente a enumerar enfermedades contagiosas (resfríos, gripe, etc.), los síntomas y métodos de prevención o curación. Tal información a menudo transmite la noción de que la enfermedad es supuestamente inevitable y ello engendra temor, resignación y superstición.
¿Qué tenemos que hacer para calmar el temor? Es una regla en la práctica de la Christian Science, asegurarnos a nosotros mismos y a quienes nos piden que oremos por ellos, que el hombre está exento de toda enfermedad y peligro. El hombre, por ser la idea de Dios, el Espíritu, es espiritual, no material. Nuestra verdadera consciencia o individualidad, el hombre que realmente somos, es la expresión directa de Dios. Puesto que Dios indudablemente no incluye elemento o pensamiento alguno de enfermedad, la enfermedad no puede hallarse en lo que Dios crea. Un entendimiento de esta unidad con Dios, como Cristo Jesús lo demostró tan bien, acalla el temor y puede prevenir y sanar la enfermedad.
En vez de resignarnos ante la creencia de que la enfermedad es un hecho y el contagio una ley, tenemos una defensa segura. En el libro de Salmos leemos: "Mi escudo está en Dios, que salva a los rectos de corazón". Salmo 7:10. En lugar de resignación, nuestra defensa es una silenciosa y vigorosa afirmación mental de la verdad de que el hombre de Dios está permanentemente sostenido como Su semejanza perfecta. Puesto que no existe otro poder ni otra presencia que interfiera o afecte al hombre, ningún poder ni presencia del mal puede invadirnos.
Antes solía pensar que la oración era sólo una plegaria a Dios para protegerme o corregirme. Cuando mis hijos eran pequeños, encontré la Christian Science y aprendí que la oración incluye un firme y agradecido reconocimiento de Su bondad y del hecho de que estoy incluida en ese bien. En una ocasión, nuestros dos hijos se enfermaron de sarampión. Decidí entonces llevar a nuestras dos hijas menores a casa de mis padres para disponer de más tiempo para cuidar a los niños. Recuerdo vivamente un momento en que estaba orando, mientras esperaba en el porche del frente de la casa, a que mi padre me abriera la puerta. En mi pensamiento, la palabra "¡no!" sonó tan fuerte como un trueno. Podía ver la palabra en letras mayúsculas. Fue un rechazo total a toda la teoría de la enfermedad y el contagio, y una afirmación igualmente poderosa de la salud perfecta que estos niños tenían.
Con esa palabra "NO" y el poder que la respaldaba, todo temor que hubiera abrigado de que el contagio era inevitable, se disipó. Algunos vecinos esperaban que las niñas se contagiaran el sarampión, pero nunca ocurrió. Los niños pronto volvieron a la escuela y jamás volvieron a tener problema.
Ciencia y Salud declara: "Insistid con vehemencia en el gran hecho que abarca toda la cuestión, que Dios, el Espíritu, es todo, y que fuera de Él no hay otro. No hay enfermedad".Ciencia y Salud, pág. 421.
Sobre esta base, el creer en un poder invisible cargado de enfermedad, flotando en la atmósfera, pronto para precipitarse sobre una víctima confiada e inconsciente, sin su consentimiento, es tan supersticioso como creer que existe un peligro oculto al pasar debajo de una escalera. No obstante, es imperioso recurrir diariamente a nuestro Dios siempre presente, y reconocer con gratitud Su totalidad.
No, no nos contagiamos la buena salud. Tenemos buena salud, continua e indefectiblemente, en virtud de nuestra verdadera identidad como hijos de Dios.