Después De cruzar el Mar Rojo, Moisés y su gente estuvieron muy agradecidos porque Dios los había salvado de los egipcios. María, su hermana, animó con un pandero a las otras mujeres para que cantaran y bailaran.
Pero los hijos de Israel necesitaban la fe de Moisés como nunca antes. Estaban muy lejos de llegar a Canaán, la tierra prometida, y enfrentarían muchas situaciones que pondrían a prueba su fe en el poder de Dios. Moisés los ayudó a confiar en Dios; a no tener miedo, a encontrar la ayuda de Dios allí mismo donde se encontraban.
Muy pronto tuvieron sed, y el agua que encontraron era amarga y no se podía beber. Entonces le hicieron pasar un muy mal momento a Moisés, lamentándose de que estaban en el desierto sin agua buena para beber. Como siempre había hecho, Moisés recurrió a Dios, y Dios le dijo que echara la madera de un árbol al agua. Esto purificó el agua y la hizo buena para beber. Le dijo a los hijos de Israel que si obedecían a Dios, Él los protegería. Pronto, encontraron un lugar donde había muchos manantiales de agua buena.
Después de satisfacer su sed, la gente comenzó a quejarse de que no tenían comida. Hasta se quejaron con Moisés y su hermano Aarón diciendo que hubiera sido mejor haberse quedado en Egipto, en la esclavitud, porque por lo menos allí tenían pan para comer. Moisés escuchó que Dios le decía que vendría comida —del cielo— para alimentar a la gente. Y así fue, cada mañana cuando desaparecía el rocío, encontraban gran abundancia de una sustancia misteriosa y escamosa, que parecía como la escarcha que cubre la tierra. Ellos comieron de ella y la llamaron maná. Siempre hubo suficiente maná para alimentar a todos, pero tenían que confiar en que allí estaría cada mañana. Si trataban de guardar maná para el día siguiente, se pudría y olía mal. Esta fue una lección muy importante para la gente, que debían confiar en Dios cada día.
En una ocasión, mientras continuaban su viaje por el desierto, no tenían agua. Mortificaron a Moisés, diciendo que los había llevado al desierto para que murieran. A pesar de haber superado tantos desafíos, ellos dudaron seriamente de que Dios pudiera salvarlos en esa ocasión. Moisés le suplicó a Dios que lo ayudara a tratar con esta gente. Fue guiado a ir adelante de ellos y golpear una gran roca con el mismo báculo que había usado para dividir el Mar Rojo. Cuando lo hizo, salió agua a montones.
Los Hijos de Israel estuvieron en el desierto mucho tiempo, aprendiendo de Moisés de que podían seguir a Dios como él hacía. Parte de esto consistía en ser obedientes a las leyes de Dios. Puesto que a menudo la gente no sabía qué estaba bien y qué estaba mal ante los ojos de Dios, Moisés fue guiado por Dios a escribirlas en piedra. De ese modo las leyes estarían con la gente para siempre.
Dios le dio estas leyes a Moisés cuando estaba solo en el Monte Sinaí. Se conocen como los Diez Mandamientos, y dicen algo así:
1) No tengas ningún otro Dios sino el Único Dios.
2) No talles imágenes de Dios en madera ni en piedra ni te inclines ante ellas.
3) No jures.
4) Respeta el séptimo día de la semana, porque es el día de descanso.
5) Respeta a tus padres.
6) No mates.
7) Sé leal a tu esposo o esposa.
8) No robes.
9) No mientas.
10) No tengas envidia de lo que tienen los demás.
Cuando Moisés estaba arriba en el Monte Sinaí recibiendo los Mandamientos de Dios, la gente se sintió sola, dudando de que Dios estuviera con ellos. Entonces hicieron una estatua de oro con forma de becerro para adorar. Cuando Moisés la vio, se enfureció tanto que rompió las tablas de piedra donde había tallado los Diez Mandamientos. Le tomó un tiempo calmarse y lograr que la gente volviera a adorar al único Dios. Y tuvo que escribir nuevamente los Mandamientos.
Dios le dijo a Moisés que pidiera a la gente que hicieran un recipiente muy hermoso para colocar las tablas de piedra donde estaban escritos los Diez Mandamientos. Lo llamaron el Arca del Pacto. Un arca es una caja. Un pacto es un acuerdo sagrado. Los Diez Mandamientos eran prueba del pacto que Dios había hecho con los hebreos. Era parte de Su promesa de que los guiaría y protegería, y también de su promesa de que lo obedecerían y adorarían a Él solamente. El arca era muy importante para la gente. Cuando viajaban siempre la llevaban con mucho respeto.
La Biblia dice que los Hijos de Israel estuvieron en el desierto por mucho tiempo. Durante ese tiempo Moisés siguió demostrándoles que podían obedecer y confiar en Dios. Él oraba por ellos cuando se metían en problemas. En una oportunidad en que su hermana Miriam se enojó mucho y se enfermó, Moisés oró a Dios pidiéndole que la sanara. Ella fue sanada. Esto ayudó a demostrar que el poder de Dios hasta podía salvar a la gente de la enfermedad.
Aunque Moisés llegó tan cerca de la Tierrra Prometida que la podía ver desde una montaña, murió antes de que los hebreos cruzaran el río Jordán, y guiados por Josué, pusieran pie en Canaán. No obstante, Moisés había cumplido con éxito lo que Dios le había pedido que hiciera. Nunca sería olvidado. Su fe inspiró a su pueblo para que confiara en Dios. Y Dios los guió todo el camino hasta que llegaron a su hogar.