Después De cruzar el Mar Rojo, Moisés y su gente estuvieron muy agradecidos porque Dios los había salvado de los egipcios. María, su hermana, animó con un pandero a las otras mujeres para que cantaran y bailaran.
Pero los hijos de Israel necesitaban la fe de Moisés como nunca antes. Estaban muy lejos de llegar a Canaán, la tierra prometida, y enfrentarían muchas situaciones que pondrían a prueba su fe en el poder de Dios. Moisés los ayudó a confiar en Dios; a no tener miedo, a encontrar la ayuda de Dios allí mismo donde se encontraban.
Muy pronto tuvieron sed, y el agua que encontraron era amarga y no se podía beber. Entonces le hicieron pasar un muy mal momento a Moisés, lamentándose de que estaban en el desierto sin agua buena para beber. Como siempre había hecho, Moisés recurrió a Dios, y Dios le dijo que echara la madera de un árbol al agua. Esto purificó el agua y la hizo buena para beber. Le dijo a los hijos de Israel que si obedecían a Dios, Él los protegería. Pronto, encontraron un lugar donde había muchos manantiales de agua buena.
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