No Hace Mucho un amigo mío y su colega fueron a Rusia en viaje de negocios. Un día, un cliente los invitó a cenar en su casa. Después de la cena les ofreció un trago de Vodka. Mi amigo le explicó al anfitrión que no bebía, pero su colega aceptó porque se sintió incómodo y pensó que si no lo hacía podían perder el negocio.
Entonces empezaron una especie de juego que consistía en tomar un trago tras otro. El colega de mi amigo finalmente sucumbió y se cayó sobre el televisor y la videocasetera. Había perdido el juego.
Desde luego que la presión para ingerir bebidas alcohólicas no ocurre solo en cuestiones de negocios. Muchas veces sucede a temprana edad y continúa durante los años de secundaria, universidad y la edad adulta. Una vez que se empieza a tomar, puede parecer difícil parar. No obstante, aunque la persona no lo sepa, el Cristo ya está creando en su interior un deseo irresistible de dejar de beber alcohol. Tomar consciencia de ese deseo vivo es verdadera oración.
Ciencia y Salud nos habla así del valor de ese deseo profundo: "El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones".Ciencia y Salud, pág. 1. El simple deseo de querer cambiar nos guía tiernamente a la comunión con Dios, la fuente del bien, y esta comunión cambia y mejora las circunstancias. Lo que ocurre es que cambia el pensamiento, y cuando nuestro pensamiento cambia y se basa más en Dios, nuestra vida también cambia y se basa más en Dios. La tentación de tomar puede desaparecer naturalmente, así como la oruga abandona la crisálida y se convierte en hermosa mariposa.
Al contrario de lo que se nos ha enseñado, el apetito por el trago no comienza en el cuerpo. Al igual que todo lo demás, comienza en el pensamiento. Si deseamos cruzar la calle, primero tenemos que pensar en cruzarla. Si queremos jugar fútbol, primero tenemos que pensar en jugarlo. De la misma manera, antes de tomar un trago, tenemos que pensar en hacerlo. Lo que se necesita, por consiguiente, es una forma de proteger nuestro pensamiento de manera que podamos detener la sugestión que nos dice que tomar es algo bueno o necesario.
Pero, ¿cómo hacer esto? Para resistir la constante presión de tomar o para dejar de tomar se requiere algo más que la manipulación de nuestro pensamiento. Lo que se requiere es un poder real, el poder espiritual del Cristo. El Cristo nos hace ver que, en realidad, cada uno de nosotros es hijo de Dios. Esto nos permite utilizar el poder de la Mente divina, Dios. Y no hay otro poder que pueda resistir a Dios. Esto tiene sentido porque si Dios es todopoderoso, y en efecto lo es, no puede haber otro poder que compita con Él. Por consiguiente, nada existe fuera de Su totalidad que nos haga desear algo que es dañino.
Dejamos de pensar en el trago cuando comenzamos a pensar en Dios. Al comulgar con Él, descubrimos que Su amor y ayuda alcanzan nuestro pensamiento y gobiernan nuestra experiencia. Paso a paso, nuestro creciente entendimiento de Dios y de nuestra relación con Él, impedirán que hagamos algo nocivo o degradante.
No importa cuán grande sea la presión que sintamos, siempre podemos recurrir a Dios. Nada puede impedirlo. Es más, Dios mismo nos ayuda a que lo elijamos a Él. Nos ayuda simplemente siendo Dios. Lo que debemos hacer es ceder a todo lo que Dios ya está haciendo por nosotros mediante su gobierno, guía y amor.
Esto requiere práctica, pero no es una propuesta sin sentido. La meta no es simplemente beber menos sino dejar de beber por completo. Mary Baker Eddy no escatima palabras a este respecto. En su obra Escritos Misceláneos ella dice: "Todo cuanto embriaga al hombre, lo atonta y hace que degenere física y moralmente. La bebida fuerte es incuestionablemente un mal, y el mal no puede usarse con temperancia: su menor uso es abuso; de ahí que la única temperancia sea la abstinencia total".Escritos Misceláneos, pág. 288.
No importa cuán grande sea la presión que sintamos, siempre podemos recurrir a Dios
En vez de ver estas palabras como autoritarias o anticuadas, podemos usarlas para recordar los deseos que Dios otorgó al hombre. ¿Nos haría Dios amigos del mal en alguna medida? No, los deseos que Dios nos otorga son completamente buenos y espirituales. En realidad estos deseos ya existen en la consciencia de cada individuo, y es natural que como resultado de éstos, exista una confianza absoluta en nuestra habilidad de ser como Dios nos hizo: puros, perfectos, libres de cualquier cosa que nos rebaje o nos degrade.