Cuando Quedé sola con un pequeño de siete años, alejada del campo laboral por más de diez años, sin ingreso propio y con el orgullo herido, lejos estaba de imaginar que Dios me sostendría en todos los pasos que a continuación daría. Habiendo sido educada en una religión tradicional, creía con todo mi corazón en un Dios que, aunque lejano para mí, sabía que existía y rogaba a diario no me abandonara. Parecía que luchaba contra la corriente, ya que es habitual creer que los hijos varones con madres solas pueden sufrir trastornos de la personalidad. Maestros y un médico bien intencionado, al que esporádicamente llevaba a mi hijo, no se cansaban de repetirme que era necesaria una presencia masculina en el hogar. Aquí cabe aclarar que siempre fui reacia a dejar que otros decidan por mí, sobre todo en algo tan importante como la educación de mi hijo.
En ese entonces ya había comenzado la búsqueda de la Verdad, para lo que comencé a leer sobre diferentes religiones y filosofías, con un espíritu abierto y bastante crítico; incluso llegué a graduarme en cursos bíblicos. Al poco tiempo una amiga me dio Ciencia y Salud. Este libro confirmó las ideas que yo ya intuía, y otros conceptos que tenía acerca de la vida cambiaron totalmente. Se dieron vuelta como un guante.
Pasé por etapas de luchas. Tuve que vencer muchas creencias que tenía desde pequeña. Mi amiga, que me daba literatura de la Christian Science, me decía que leyera y que todas las cosas se irían acomodando. Si bien hubo temporadas en que leía y asimilaba los conceptos, no comencé a concurrir a una iglesia filial sino hasta cuatro años después.
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