Hay Un Señor en Israel que va al Mar de Galilea a orar todos los días. Mientras ora, levanta un poco de agua ahuecando las manos y con ella se moja la cara. Esto no es una ceremonia ni una forma de bautismo personal. Es una acción sencilla y voluntaria que le hace recordar algo muy especial.
Dice que ese poco de agua contiene lo mismo que todo el Mar de Galilea. Y a medida que se moja la cara con el agua, reflexiona que el contenido de su oración forma parte de una totalidad mayor. Reconoce que cuando ora, él está en comunión con Dios, y que él es uno con el «bien total», que es Dios; su oración confirma su unión con todos los elementos del poder divino.
A veces puede que nos sintamos insignificantes y sin importancia —aislados y separados— aun en el ambiente febril del trabajo o en el seno de la vida familiar. La comprensión de nuestra unidad con Dios refuta la creencia de que algo se pueda interponer entre nosotros y el bien. Ésta es una oración que trae curación a la vida humana. Y la evidencia de que existe curación destruye la idea de que la oración no sirve para nada o que no valemos gran cosa.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!