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De la angustia al regocijo

Del número de julio de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"¡Me Da Mucha Tristeza!", es una frase muy común. Se puede referir a alguna situación trágica en el mundo, a la pérdida de un cónyuge que ha fallecido, o a un despido de trabajo.

En su forma más sutil, esa expresión puede anticipar un fracaso futuro, como por ejemplo la imposibilidad de tener familia o el desperdicio de una vida por la adicción al alcohol. Cualquiera sea el caso, un "corazón apesadumbrado" describe lo que parece ser un vacío en el que no existe el bien, donde por alguna razón Dios no está presente. El tratar de llegar a la solución partiendo del problema, puede traernos dificultades, y nos tendríamos que hacer esta pregunta: "¿Cómo pudo Dios permitir que algo así ocurriera?" Esto nos puede llevar a la conclusión equivocada de que Dios es incapaz de cuidarnos, o no tiene el deseo de hacerlo. En ese estado de pensamiento podemos también perder la esperanza.

¿Pero qué ocurriría si tomásemos como punto de partida a Dios y no a las circunstancias? En la Biblia tenemos un hermoso legado de ejemplos en los que condiciones angustiosas fueron vencidas cuando los individuos buscaron a su misericordioso Padre-Madre Dios. Moisés, por ejemplo, guió a un pueblo que había estado esclavizado por largo tiempo, a la libertad que Dios le había otorgado. Y Jesús, el gran maestro, efectuó innumerables curaciones; niños dementes, niños que estaban muriendo, o que ya habían muerto, se recuperaron y fueron devueltos sanos a sus padres; vidas destruidas por la enfermedad fueron renovadas, y con sólo unos pocos panes y peces hubo comida en abundancia para más de cinco mil hombres, mujeres y niños. Pablo, quien estaba cegado por su odio contra los cristianos, recibió de nuevo la vista y se dedicó a elevar a otros más allá de la ceguera de sus creencias. Todos estos hombres reconocieron la presencia del Cristo eterno, a pesar de las condiciones materiales que parecían irremediables.

El hecho de que no podamos ver un buen resultado de antemano, no significa que no lo debamos esperar.

Jesús le hizo esta promesa a toda la humanidad: "El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará". Juan 14:12. Esta promesa viene acompañada de una condición: que debemos creer en Cristo. En Ciencia y Salud Mary Baker Eddy describe a Cristo como "la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana".Ciencia y Salud, pág. 332. Hasta en los momentos de mayor oscuridad, el elevar nuestro pensamiento por encima del clamor de la situación para escuchar la idea del Cristo, aumenta nuestra expectativa del bien.

Cuando partimos de la totalidad y la infinitud de Dios —el Principio que es la sustancia misma del bien— es natural que cuestionemos la autenticidad de una imagen de angustia. Este cuestionamiento nos lleva a comprender que como Dios es bueno y lo incluye todo, todo entonces debe estar gobernado por este Principio de bondad. Por consiguiente, en el mismo lugar donde parece estar el mal, sólo el bien está ocurriendo. Esto no es una simple forma de pensamiento positivo, que no beneficia a nadie, sino una conciencia inquebrantable del bien que emana del Amor infinito, la fuente misma de la vida. Así comenzamos a comprender que nada se ha perdido, que el bien se está manifestando en este mismo momento, a pesar de lo que digan las circunstancias. Y conforme llegamos a esta comprensión, todo lo que parece traer amargura a nuestra vida pierde el dominio sobre nosotros. Podemos entonces reconocer la Vida divina, que es placentera y llena de esperanza.

Mary Baker Eddy supo lo que es la angustia. A lo largo de toda su niñez sufrió constantemente de enfermedades que la dejaron débil y enfermiza. Durante su primer año de matrimonio su esposo murió repentinamente mientras ella esperaba el nacimiento de su hijo, el cual posteriormente le quitarían debido a su estado de salud. Pasó la mayor parte de los trece años que vivió con su segundo esposo postrada en cama en un estado de semi invalidez. Y ese matrimonio terminó cuando él la abandonó, dejándola en la pobreza, sin un techo sobre su cabeza. En su autobiografía ella describe así su sentir: "El arco iris de promesa ya no se extendió sobre la materia". Sin embargo, debido a su amor por la Biblia, la Sra. Eddy aprendió a abandonar el cuadro material y a ver la realidad espiritual. Y conforme hizo eso, encontró regeneración. En el párrafo siguiente explica: "En esa medianoche las antorchas del Espíritu iluminaron el carácter del Cristo... El hambre desalmada había huido... Había yo tocado el borde de la Ciencia Cristiana".Retrospección e Introspección, pág. 23. ¡Qué apropiado el título que le dio a este capítulo, "Salida a la luz"!

La transformación de pensamiento que se insinúa en lo anterior, es también la base de estas palabras en Ciencia y Salud: "¿Quién que ha perdido la paz humana no ha deseado más vivamente el goce espiritual? La aspiración al bien celestial nos viene aun antes que descubramos lo que pertenece a la sabiduría y al Amor. La pérdida de esperanzas y placeres terrenales ilumina la senda ascendente de muchos corazones".Ciencia y Salud, pág. 265.

Pensé mucho en este pasaje después de un terremoto, cuando parecía haber mucho sufrimiento en la ciudad en que vivo. Las noticias presentaban historias de edificios destruidos y vidas afectadas por el sismo. Y el terremoto ocurrió cuando la ciudad estaba todavía recuperándose de motines, incendios forestales e inundaciones. La vida parecía muy triste.

Sin embargo, el bien se manifestó, puesto que al cabo de tres años, las familias afectadas por el terremoto recuperaron el nivel de vida que tenían, y en muchos casos hasta mejoró. Durante esta experiencia, algunas personas establecieron una relación con Dios, o fortalecieron la relación que ya tenían con Él. Otros lograron reconstruir sus casas de una forma que antes hubiera parecido imposible. Y muchos vecindarios se unieron con un espíritu de cooperación.

El hecho de que no podamos ver un buen resultado de antemano, no significa que no lo debamos esperar. La curación de la angustia ocurre en forma natural cuando elevamos nuestro pensamiento, sentimos la omnipresencia del bien, y reconocemos a Dios y la presencia del Cristo en el mismo momento en que parece haber tanta tristeza.

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