En La Escuela Dominical de una iglesia protestante ortodoxa me enseñaron que, al morir, uno se iba al cielo o al infierno, dependiendo si había sido bueno o malo en la vida. No existía ninguna etapa intermedia donde uno pudiera enmendarse, reformando el pensamiento y la conducta, a fin de evitar el castigo eterno.
Esta teología está descrita en forma cómica (pero creo que con implicaciones serias) en un epitafio, supuestamente inscrito en una lápida:
Acabada mi carrera,
mi tumba ves;
Prepárate a morir,
y sígueme.
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