Jesús Era Un Experto en el control de las multitudes; necesitaba serlo, pues su ministerio algunas veces atraía gran cantidad de gente, y esto lo mantenía muy ocupado. Además, algunos de sus seguidores más cercanos no eran precisamente un gran apoyo.
Sin embargo, ni las distracciones que lo rodeaban, ni la falta de respeto o la directa oposición a su misión sanadora, disuadieron a Jesús de que cumpliera su cometido. El que en la actualidad se esfuerza por vivir una vida en obediencia al Cristo, el que ama a Dios y ora para acabar con el sufrimiento humano, tiene mucho que aprender de la manera en que Jesús hacía frente a las multitudes con las que se encontraba. Y la manera de hacerlo era siempre a través de la oración.
La oración es vital para nuestra vida, y nunca debería convertirse sólo en una actividad de nuestra agenda que puede ser eliminada por una multitud de distracciones. La oración es una oportunidad para obtener la perspectiva correcta de la vida; es una estupenda ocasión para estar en comunión con Dios, en la que oímos Su voz, sentimos Su amor y somos sanados por Su Cristo. Cuando reconocemos a Dios, el Espíritu divino, como nuestro Hacedor, y nos damos cuenta de que somos Su idea espiritual, Su imagen, recibimos inspiración y curación. En el momento en que sentimos la presencia de Dios, sabemos que Él siempre está con nosotros; que en todo momento está revelándonos Su amor y Su verdad. Nuestras oraciones nos hacen ver cómo el gobierno armonioso de Dios se relaciona con las diversas actividades que realizamos a diario, y así obtenemos la intuición, la compasión y la dirección que satisfacen nuestras necesidades. Cuando oramos, se nos hace presente una y otra vez que Dios está aquí para bendecirnos, para ser oído y obedecido.
Si no estamos vigilantes, muy pronto podemos olvidar el valor que tiene la oración. Cuando estamos llenos de compromisos por cumplir y llamados telefónicos que hacer, es fácil pensar que después encontraremos tiempo para orar. Pero el ejemplo del ministerio de Jesús es que él siempre mantuvo bajo control una agenda muy cargada, y así se dio tiempo para orar. Nunca pospuso una "cita" con Dios. Si era necesario, el Maestro se levantaba antes de que amaneciera, o encontraba un lugar solitario donde estar en comunión con su Padre. También para todos nosotros, Dios debe ser el primero. El tiempo que pasamos en oración es una preparación valiosa para las actividades de cada día; y aun al realizarlas, podemos sentirnos cerca de nuestro Padre, siempre atentos a Su voz.
Otra lección sacada de los encuentros de Jesús con las multitudes, es la forma en que trató todo tipo de faltas de respeto y de oposición a la curación cristiana. El Maestro no ignoró esto ni tampoco permitió que se volviera un obstáculo para su misión, sino que se mantuvo firme obedeciendo el mandato que recibió de Dios, y continuó sanando al enfermo y al pecador.
En una ocasión, un grupo de personas se rió de él cuando les dijo que una niña, que ellos creían muerta, sólo estaba dormida. Véase Mateo 9:18–25. Jesús permaneció firme; él alejó de su pensamiento a los que se burlaban (y sin duda, también sus desprecios) y continuó con el bien que se había propuesto hacer, resucitando a la niña. En otra ocasión, entre una multitud de espectadores, algunos se opusieron a la ayuda que el Maestro le había dado a un hombre que sufría de parálisis. Véase Marcos 2:1–12. Algunos estaban convencidos de que la forma de abordar la curación, diciéndole al paralítico que sus pecados le eran perdonados, era una blasfemia. Sin embargo, esa objeción, que no fue expresada verbalmente, no fue un impedimento para la curación. Jesús discernió la oposición, e inmediatamente estuvo en desacuerdo con lo que erróneamente estaban creyendo. Él transformó esa situación en una oportunidad para corregir el concepto erróneo que tenían, mostrando a sus oponentes las innumerables posibilidades de la curación mediante el Cristo. Y el hombre fue sanado en el acto.
Lo que aprendemos de esto es que ni la falta de respeto ni la oposición a la curación por el Cristo pueden superar el amor y el poder sanador de Dios. La oración y la curación cristiana avanzan cuando servimos a Dios y nos mantenemos firmes contra la multitud de pensamientos que nos alejarían de Él, o que subestiman o se oponen a la curación por el Cristo. Podemos ejercer este control de la manera que lo describe Pablo: "Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo". 2 Cor. 10:5.
No importa lo que digan las sugestiones evidentes o sutiles de la mente carnal (una supuesta mente opuesta a Dios), nunca son el factor de poder que pretenden ser. Donde hay oración y obediencia a Dios y a Su Cristo, también hay prueba del pleno control de la ley y el poder divinos. Cuando nos esforzamos por mantenernos fieles al Cristo, por ser uno con la idea espiritual de Dios que sana, no somos mesmerizados por las distracciones o por ningún otro tipo de influencias nocivas. Nada puede obstaculizar nuestro sagrado propósito de sanar, cuando estamos plantados en la firme verdad de que la ley y el poder espirituales tienen dominio sobre todo lo demás; sobre cualquier "multitud" en la conciencia humana.
Estos días, debido principalmente al creciente interés por la espiritualidad, la oración y la curación cristiana, es menos probable que encontremos una atmósfera mental que nos presione o que sea hostil. "Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien", es la inspirada exhortación que nos hace Mary Baker Eddy. Ella continúa diciendo por qué es posible esto: "Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre".Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 393.
La capacidad otorgada por Dios que tenía Jesús para controlar la multitud de pensamientos, e impedir que éstos lo dominaran, evitó que lo hicieran dudar o que lo alejaran de su propósito de sanar. También nosotros tenemos esta capacidad dada por Dios, que hará lo mismo por nosotros.
    