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Protección durante un asalto

Del número de abril de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cierta Noche mi novia y yo fuimos asaltados en la puerta de casa por tres jóvenes armados. Entraron en nuestro auto y nos pidieron que manejáramos por la ciudad. Entonces comenzaron a revisar mi billetera, el portadocumentos y los compartimientos del vehículo. Por el espejo retrovisor yo observaba a los dos que estaban sentados atrás, y me di cuenta de que mi novia, sentada entre ellos, estaba orando. No nos permitían conversar, pero no nos podían impedir que nuestro pensamiento estuviera en oración. El joven que estaba conmigo adelante, me hacía muchas preguntas: si tenía un arma, para dónde iba. Yo les decía que agarraran lo que querían y nos liberaran. Conseguí, orar con calma el Padre Nuestro; las dos primeras palabras nos aseguraban instantáneamente que tenemos un solo Padre, que en aquel preciso momento nos protegía a cada uno de nosotros. Yo sabía que la Mente divina es, en realidad, nuestra única inteligencia, y nos permite pensar y actuar con dominio.

El joven sacó el dinero de la billetera, examinó el talonario de cheques, que estaba todo cruzado y me pidió las tarjetas del banco. Continué orando, porque las tarjetas estaban en la billetera, mas él entregó todo a los jóvenes que estaban en el asiento de atrás y ninguno de ellos vio las tarjetas. Mi novia también iba conversando con los dos de atrás, pero como ellos tenían puesto el sonido del CD muy alto, no se oía bien. El muchacho que estaba adelante les preguntaba siempre a los de atrás si nos iban a liberar. De pronto, me hizo entrar en una calle oscura. Ahí pensé con confianza: "Padre, todo está en Tus manos". Dios ya nos dio el dominio, esa herencia maravillosa. Como hijos amados de Dios, tenemos el derecho divino de aceptarla. Y esa herencia no es sólo nuestra, sino que pertenece a todos los hijos de Dios. Y Él no deja a nadie afuera de la omnipresencia del Amor divino.

El joven sentado a mi lado, tomando el dinero, descendió del auto y me dijo que llevara a sus dos amigos un poco más adelante, que ellos nos liberarían. Dimos vueltas por la ciudad durante casi una hora, y luego nos dejaron libres, llevándose algunas pertenencias. Regresamos a casa donde nos enteramos de que la familia había llamado a un practicista, quien con mucho cariño oró para que se resolviera la situación, y así sucedió.

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