Un Miércoles, cuando me dirigía a la iglesia de la Christian Science a la que concurro, al descender del ómnibus se me salió la sandalia que llevaba puesta y resbalé golpéandome la espalda contra el filo de cada uno de los tres escalones metálicos hasta caer sobre el pavimento. Atiné a pedirle al conductor que no arrancara y me puse de pie con gran dificultad. El dolor era tan intenso que se me entrecortaba la respiración. No obstante, recogí la sandalia y el colectivo arrancó siguiendo su camino.
Comencé a orar firmemente pensando en las verdades que aprendemos en la Christian Science. En lo primero que pensé fue: "No hay poder aparte de Dios". De ahí en más, se entabló una lucha con mis propios temores y argumentos, tales como: "Nadie se acercó a ayudarte ni a preguntarte cómo te sentías". En seguida "la voz callada y suave" de la Verdad contrarrestó esa sugestión equivocada de autoconmiseración: "¡Qué mejor, así podrás orar libremente reconociendo que en el Reino de lo real no hay accidentes" (véase Ciencia y Salud, pág. 424).
Luego recordé la inscripción de una moneda estadounidense que me impactó cuando la vi por primera vez. Decía: "In God we trust" (en Dios confiamos). ¡Claro que confío en ese Dios que salvó a los hombres del horno ardiente, de los leones hambrientos, de la víbora venenosa y de tantas otras pruebas que encontramos a lo largo de las narraciones bíblicas!
El dolor persistía y la tentación me hizo dudar de si podría seguir en esas condiciones y llevar a cabo unas diligencias que había planeado hacer antes de ir a la iglesia. En seguida recordé que en un programa radial de "El Heraldo de la Christian Science" había escuchado un testimonio en el que una señora comentó haber interpretado que el dolor es "una creencia exagerada en un poder aparte de Dios". Así que decidí seguir con los planes previstos.
No descuidaba, ni por un momento, la guardia a la entrada de mi pensamiento a través de la oración incesante. Es decir, rechazar lo irreal e inundar la mente de pensamientos espirituales para no dar lugar a ningún argumento negativo, teniendo en cuenta que en la oración científica la perfección no es nuestra meta, es nuestro punto de partida.
El dolor comenzó a ceder en proporción a mi aceptación del bien como único poder presente y real. Después de terminar con las diligencias, entré a la iglesia, seguí atentamente las selecciones de la Biblia y de Ciencia y Salud y me puse de pie para dar un testimonio como había planeado de antemano.
Volví a mi casa sin comentar el accidente que había tenido unas horas antes. El dolor duró unos tres días solamente, y cuando se intensificaba me recostaba y oraba o bien leía Ciencia y Salud. Como soy muy activa en mi hogar, mi familia se sorprendió al verme recostada, pero simplemente les dije que quería descansar un ratito. Cualquier explicación de lo sucedido hubiera sido darle realidad a un espejismo, despertando temor y preocupación.
Han transcurrido cuatro años, en los que me he sentido completamente bien. He nadado, he recorrido a pie distancias considerables, en perfecta armonía. Agradezco a Dios el poder ser testigo de Su omnipresencia y omnipotencia constantes, gracias a las enseñanzas que Mary Baker Eddy compartiera con la humanidad.
Buenos Aires
Argentina
