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La moralidad y la salud

Del número de abril de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A Comienzos de la primavera el desierto Anza-Borrego al sudoeste de los Estados Unidos, se transforma en un arco iris de color, una fuente de actividad. Los oscuros y rígidos ocotillos se tiñen de naranja y rojo en sus extremos. La amapola, la serpentaria y el cactus del desierto florecen. Los frágiles camarones, cuyos huevos enterrados pueden sobrevivir sequías de hasta 20 años, rompen el cascarón y crecen con la fuerte lluvia.

Todo el desierto sufre una especie de proceso de revelado, que expone todo lo que realmente es. En cierta forma, todas esas maravillas han estado allí todo el tiempo, siendo inadvertidas por el ojo no avezado.

Cuando pensamos en la práctica de las normas morales en la sociedad de nuestros días, especialmente en las instituciones políticas, tal vez se nos presente la imagen de un desierto, aunque no precisamente florecido. Quizás las lealtades políticas parezcan ser fluctuantes como la arena. Quizás parezca que el entendimiento espiritual, base del liderazgo moral, es un oasis en extinción en el yermo del materialismo. Quizás el desierto del mediodía parezca sin vida. Pero no es así.

Aunque puedan no ser totalmente análogos, la revelación primaveral del desierto Anza-Borrego es un indicio para hacer otra clase de descubrimiento. Se trata de la revelación de la naturaleza y el gobierno divinos, que promueve la moralidad y la salud, al igual que la lluvia hace florecer el desierto. Por Su propia naturaleza, Dios — que incluye más cualidades espirituales que colores el arco iris — se da a conocer a Sí mismo, revela quién es Él y lo que hace. La naturaleza, actividad y poder de Dios, Su totalidad, están aquí para ser discernidos, comprendidos y probados.

En la medida que percibimos este hecho, comprobamos que la verdad de la totalidad de Dios se manifiesta en la perfección del hombre. Y eso nos da la base para orar por normas morales más sólidas, incluso por la moral que anhelamos ver en nuestros líderes políticos. También nos da el fundamento necesario para la salud.

Consideremos los sinónimos de Dios, basados en la Biblia, que la Christian Science identifica: Vida, Verdad, Amor, Mente, Alma, Espíritu, Principio. Estos nombres expresan la totalidad de Dios. Para poder fraccionar al hombre, primero tendríamos que fraccionar a Dios, lo cual es imposible. Si admitiéramos que el hombre puede desintegrarse — ya sea por el pecado o la negligencia, enfermedad o accidente — estaríamos de hecho admitiendo que Dios puede desintegrarse. Y eso no es cierto. El hombre es tan indivisible como Dios.

¿Cuánto estamos viendo y expresando actualmente de la totalidad de Dios? A medida que nos elevamos espiritualmente, vemos más de la totalidad divina, y por lo tanto de la impecabilidad del hombre. Y viviremos esta naturaleza impecable a través de una vida más firme y profundamente honesta, fiel, espiritualizada y moral. Permanecer en el punto de vista egotista, desesperanzado y privado de amor, es como mirar a través del calor que sube de la arena quemante. Vemos una imagen distorsionada, en la cual las figuras aparecen deformadas y hasta se desligan de sí mismas. Ese punto de vista deprimente del hombre es la percepción mortal, un concepto equivocado del hombre. Si vemos a una persona amorosa pero sin principios, estamos viendo una imagen distorsionada. Ése no es el hombre. El hombre, la semejanza de Dios, no puede expresar el Amor y dejar de expresar el Principio. El remedio para la distorsión no es cerrar los ojos, sino mirar nuevamente desde una perspectiva más elevada. A medida que miramos más allá del espejismo, percibimos mejor la perfección y la pureza del hombre. Sentimos que esta corriente pura de perfección nos impulsa y nos transforma a nosotros y a los demás.

¿Qué influencia tiene todo esto en nuestra opinión de los políticos y en lo que esperamos de ellos? Parecen existir dos puntos de vista predominantes sobre los políticos y la moralidad. El primero sostiene que los aspectos privados de la vida de una persona no tienen consecuencias si esa persona cumple con la tarea para la que fue electa. El segundo punto de vista sostiene que la forma en que se comporta una persona en su vida privada tiene una gran influencia en su desempeño público, por el carácter que modela y el ejemplo que da.

Sea que opinemos que determinado aspecto de la vida de una persona afecta los otros aspectos o no, si estamos tomando como base la noción de un hombre fragmentado en pedazos, lo que necesitamos es cambiar nuestro punto de vista. Porque hemos dejado de estar conscientes de que el hombre no se puede dividir en partes. El hombre no está compuesto de una serie de elementos sin relación entre sí. Las cualidades espirituales que constituyen el ser del hombre — pureza, inocencia, integridad, etc.— son tan indivisibles como Dios.

Refiriéndose a un pasaje de Eclesiastés, Mary Baker Eddy escribe: "Oigamos pues la conclusión de todo el asunto: Teme a Dios, y guarda Sus mandamientos; porque esto es el todo del deber del hombre".Ciencia y Salud, pág. 340. La acción y la obediencia constituyen el todo del hombre, la acción de amar a Dios, la obediencia a Su ley, Sus mandamientos.

Si alguna vez usted o yo vemos a un individuo que no ama a Dios o que no obedece Su ley, entonces no hemos visto el todo de ese individuo. Pero independientemente de lo que una persona haga o deje de hacer, tenemos la oportunidad de conocerla mucho mejor. Ese conocimiento verdadero nos ayuda a todos.

Debido a las características de su piel, la serpiente de cascabel se confunde con las rocas. Pero la serpiente no es parte de la roca. El pecado no es parte del hombre. Si no hemos logrado visualizar al hombre cuya identidad se resume en la acción de amar a Dios y en la obediencia a Sus mandamientos, debemos mejorar nuestra visión. ¿Cuál es nuestra función? Cuando nos negamos a aceptar que pueda haber un hombre amoroso pero sin principios, estamos negándonos a aceptar que pueda existir un Dios que sea Amor pero no Principio, Vida pero no Verdad, Mente pero no Alma o Espíritu. Estamos, en efecto, actuando y orando desde la base de un Dios completo, expresado en un hombre completo. Ésta es la demanda que se hace continuamente a nuestra práctica de moralidad y espiritualidad.

¿Y qué decir sobre el tema de la salud? ¿Qué influencia tiene sobre ella la comprensión de la integridad del hombre? Cuando la totalidad de Dios es comprendida, aparece la totalidad del hombre.

¿Recuerda lo que Jesús le preguntó al paralítico del estanque de Betesda antes de sanarlo? "¿Quieres ser sano?" Juan 5:6. ¿Había alguna duda acerca de lo que el hombre quería? ¿O era que Jesús sentía que era el pensamiento — y no el estanque — lo que debía agitarse? Evidentemente, Jesús no pretendía provocar una discusión sobre asuntos concernientes a la salud y a la moralidad. Si bien comenzó diciendo "¿Quieres ser sano?", culminó con "Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor". Juan 5:14.

El pecado no puede fragmentar al hombre, y lo podemos comprobar. La oración pura y persistente, que afirma la totalidad de Dios y la santidad del hombre, promueve esa prueba.

La palabra verdadera declara la compleción de Dios, Su Ciencia y Su hombre; la curación pronuncia la misma declaración.

El siguiente ejemplo ilustra este punto. Una mujer escribe: "Un día mientras me arreglaba el cabello, mi peluquera trató de quitar una mancha oscura que tenía en la cara. Como no podía sacarla, la examinó con más cuidado y dijo: 'Ah, es un lunar oscuro. Es parte de usted'.

"Cuando volví a casa, me miré en el espejo y vi que la mancha de verdad tenía un color marrón oscuro y se había agrandado... Inmediatamente me invadió el temor...

El pecado no puede fragmentar al hombre, y podemos comprobarlo.

"Llamé a un practicista de la Christian Science, quien me ayudó con mucho amor y seguridad. Juntos oramos y reconocimos la totalidad de Dios, Su bondad y Su tierno amor por el hombre. Llamé a ese practicista alrededor de octubre y antes de Navidad ya estaba completamente sana. No me di cuenta exactamente cuándo ocurrió la curación, pero sí sé que había perdido todo temor de que la condición fuera parte de mi ser.

"Mientras me lavaba la cara una mañana, me di cuenta de que mi piel estaba perfectamente tersa y libre de toda decoloración. ¡Hasta el lunar inicial había desaparecido!"

La enfermedad jamás es parte del hombre. Por lo tanto, no es algo de lo que tengamos que librarnos. Simplemente tenemos que darnos cuenta de la perfección del hombre, la manifestación de la totalidad de Dios. Entonces la apariencia de un hombre en retazos, que necesita que se le agreguen partes nuevas o que se le quiten partes indeseables, cede al hecho de la compleción divina, que el sentido espiritual saca a la luz inevitablemente.

¿Acaso el entendimiento espiritual y la ley moral parecen un oasis en extinción en el yermo del materialismo? Este oasis no se está extinguiendo. El fundamento de la ley moral es invariable. No existe nada fuera del alcance del entendimiento espiritual. El entendimiento espiritual y la ley moral riegan con torrentes de Vida todo aparente desierto. No hay nada fuera del alcance de la ley moral y espiritual de Dios, la Ciencia divina del Cristianismo. Dios, Su Ciencia, Su hombre, jamás son parciales, sino siempre completos. La verdad de que el hombre es espiritualmente completo y perfecto continuará revelándose en la consciencia humana, hasta que se reconozca como un hecho.

El amor a Dios y la obediencia a Sus mandamientos es el todo del hombre y es también el camino para declarar que el hombre es completo. Siempre podemos avanzar en nuestra demostración de este hecho. Nuestros esfuerzos nos benefician a nosotros y a los que nos rodean. Tienen un impacto positivo en la salud y en la moral de toda la sociedad.

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