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Con la oración ayudó a mejorar el vecindario

Del número de julio de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Algunos Meses, mientras hacía las compras, escuché cómo un señor le comentaba alarmado al dueño del supermercado que el día anterior había visto a un joven muy angustiado, a quien le acababan de robar su bicicleta. El joven había visto adónde había entrado el ladrón con la bicicleta, y avisado a la policía. Pero eran tantos los procedimientos que debía seguir, hasta tenía que tener un testigo del robo, para que le fuese devuelta su bicicleta, que nada podía hacer. En aquella zona también vendían marihuana y asaltaban a la gente, especialmente de noche, pero las autoridades no hacían nada al respecto.

Decidí orar, comprender y reconocer que Dios, el Amor, lo gobierna todo y nos incluye a todos, y que Él corrige todo como es debido. Comencé pensando, como dice la Biblia, que: "Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones" (Salmo 46:1).

Oré para saber que aquel lugar y los que allí vivían eran en realidad la imagen y semejanza de Dios, como dice la Biblia, y por lo tanto allí sólo se podía expresar honestidad. Oré para saber que Dios amaba a esa gente y que ninguna situación de carencia o necesidad podía inducirlos a actuar mal, puesto que el Amor divino estaba siempre respondiendo a sus necesidades. Reconocí que Dios llena todo el espacio y que, por lo tanto, aquel lugar también estaba poblado por Dios, y sólo podía ser utilizado para el bien, y lo que no estuviera bien sería corregido por el Amor divino. Igualmente reconocí que no hay víctimas ni victimarios, puesto que el hombre no puede ser despojado del bien que ya le pertenece por derecho divino.

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