La Primera Vez que llegué a una de las capitales de Europa, procedente de África, quedé impresionado por el cuidado que habían puesto en la construcción y el mantenimiento de la ciudad. Esto me recordó el antiguo concepto de paraíso, que había oído cuando tenía otra religión. Como todo era tan hermoso, me vino al pensamiento la ciudad santa que Juan describió en el Apocalipsis: "Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios". Apocalipsis 21:10, 11.
Comprendí que una ciudad no se establece por casualidad, sino que debe expresar la realidad espiritual de que el hombre es motivado y gobernado por el Espíritu, Dios. El gobierno de Dios, que siempre es bueno, excluye hasta el más mínimo desorden. Con esto, obtuve un concepto completamente nuevo de lo que es una ciudad. Supe que la ciudad "que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios", como la vio Juan, era una clara percepción de la naturaleza espiritual del hombre; el Apóstol vio al hombre espiritual como la imagen y semejanza de Dios. Esta conciencia de la ausencia del mal, que Juan experimentó, también está a nuestro alcance. Cuando regresé a casa, estas ideas me ayudaron mucho.
Como la mayor parte de África, mi país ha vivido varias épocas difíciles en su historia. Las ciudades se habían convertido en "ciudades muertas" debido a disturbios y otras causas; y fueron literalmente clausuradas. La inseguridad, el desorden, los incendios, la violencia, la destrucción, el temor y el sufrimiento, ofrecían un espectáculo muy triste. Todos los días, una gran cantidad de manifestantes exigían cambios, y todas las actividades se paralizaban.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!