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Mi plan y el plan de Dios

Del número de julio de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Muchos Años, después de recibirme, necesitaba encontrar trabajo. Sabía por experiencia que la oración era la mejor forma de satisfacer una necesidad. Así que oré, pero no para conseguir un empleo, sino para entender mejor quién era yo realmente: la idea espiritual, completa e inmortal de Dios, que ya poseía todo el bien.

Después de orar, me vino la idea de solicitar empleo en una planta de aviones muy grande que había cerca. ¡Pero no tenía el más mínimo interés en los aviones o en su fabricación! Yo ya había delineado mi futuro y no estaba en mis planes trabajar en esa fábrica. Deseaba hacer lo que yo quería de la forma en que yo quería. (¿Le resulta familiar?)

Sin embargo, la oración nos pone en línea con nuestro ser verdadero, que es la semejanza de Dios. Por lo tanto, cuando no seguimos las intuiciones divinas que obtenemos como resultado de nuestra oración, estamos, de hecho, desobedeciendo a Dios. Lamentablemente, en ese momento yo no estaba dispuesto a seguir la dirección divina, de manera que acepté otro empleo, que me pareció mucho más atrayente.

Comencé a trabajar en una gran empresa. El trabajo era bastante interesante y bien remunerado, pero finalmente me di cuenta de que no era el adecuado para mí. De modo que otra vez oré para ser obediente a lo que debía hacer y para entender que yo era, en efecto, la semejanza y el reflejo perfectos de la Mente. Asombrosamente, el pensamiento que me vino fue: "Presenta una solicitud en la fábrica de aviones".

¿Estaba yo listo para obedecer? ¿Estaba dispuesto a dejar de lado mi propia opinión? Me temo que no. Todavía necesitaba crecer espiritualmente. Rehusé siquiera considerar esa clase de trabajo.

Por lo tanto conseguí otro empleo, que parecía ser aún más interesante y prometedor que el anterior. Al principio todo salió bien. Hasta logré un ascenso. Pero seis meses más tarde, la empresa decidió de improviso finalizar sus actividades en aquella zona. Nos dieron la posibilidad de continuar trabajando en alguna de sus oficinas ubicadas en otros Estados, pero no acepté.

Así que otra vez me encontraba buscando trabajo, por tercera vez en cinco años. Continué orando para responder a la inteligencia y a la sabiduría infalible que el hombre expresa como reflejo de la Mente. Y esta vez por fin decidí dejar de lado mis propios planes y hacer lo que fuera correcto. No es de sorprender que me viniera la misma idea: "Presenta una solicitud en la fábrica de aviones". Y aunque la empresa no estaba solicitando personal en mi área, obedecí. Acepté un interesante puesto administrativo que me ofrecieron en la parte de ingeniería, con un sueldo mucho más alto que el que había recibido en mi último empleo.

A través del estudio de la Christian Science, comencé a ver que no tenía que limitarme a mí mismo ni limitar mis capacidades. Como la semejanza espiritual ilimitada de Dios, tenía todas las cualidades que necesitaba para cumplir con mi trabajo. En el proceso, tuve que estar dispuesto a aprender todo lo que fuese necesario para desempeñar la tarea. Abrí mi pensamiento a toda clase de experiencias de aprendizaje nuevas y disfruté de mi trabajo.

Pero éste no es el final de la historia. De ninguna manera. Cuando comenzamos a escuchar las intuiciones divinas, fruto de la oración, a entender lo que significa ser en realidad la semejanza de Dios, y como consecuencia seguimos por ese camino, somos inmensamente bendecidos. ¿Por qué? Porque estamos volviéndonos más obedientes al propósito que Dios tiene para nosotros.

Dos años más tarde, la compañía firmó un contrato relacionado con el primer programa espacial tripulado de los Estados Unidos. Y fui nombrado ingeniero de planificación y diseño del programa. No podía creerlo. Pero, acepté el nombramiento al instante y con mucho entusiasmo. Pude ver la primera fase del programa, desde los primeros bosquejos sobre el papel hasta el lanzamiento de una de las cápsulas espaciales tripulada por un astronauta. ¿Qué habría pasado si no hubiera ido a trabajar a esa fábrica? Y pensar que casi pierdo la oportunidad. Pero, finalmente pude ver la luz.

Para mí, el primer paso para obedecer a Dios es estar dispuesto a reconocer quiénes y qué somos. Debemos escuchar cuál es la voluntad de Dios respecto a nosotros y avanzar sin murmurar, aun cuando eso signifique transitar un camino insospechado. Se trata simplemente de abrir nuestro pensamiento al bien que Dios tiene para cada uno de nosotros y ser obedientes a Su dirección.

No siempre es fácil. Pero cuando nos esforzamos por ser obedientes a Dios, las recompensas son fantásticas. Como la Biblia lo expone, implica dejar de lado el "viejo hombre" y vestirse del "nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad". Efesios 4: 22–24. Este "nuevo hombre" fue creado únicamente a semejanza de Dios. Es la identidad real de cada uno de nosotros, la expresión espiritual de Dios, la Mente divina. Cuando finalmente decidí obedecer, lo que estaba haciendo era dejar de lado al "viejo hombre" con su obstinación y revestirme del "nuevo".

Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras explica: "La Mente divina legítimamente le exige al hombre toda su obediencia, afecto y fuerza. No se hace reserva para lealtad menor alguna".Ciencia y Salud, pág. 183. Por eso, reconozcamos por medio de la oración nuestra unidad con la Mente divina, nuestro único creador, la única fuente de nuestro ser. Al escuchar las intuiciones angelicales que recibimos de Él, descubrimos nuestra verdadera identidad.

Dios no nos dirige en una forma humana para que hagamos esto o aquéllo, sino que intuimos el mensaje correcto y la forma correcta de proceder a medida que afirmamos nuestro ser verdadero hecho a semejanza de Dios. Y cuando lo hacemos, sólo el bien puede ser el resultado, porque Dios, la Mente divina, es el bien eterno y tiene solamente el bien para cada uno de nosotros.

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