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De una sobreviviente a un ataque terrorista

Del número de septiembre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Bomba Del Ataque terrorista a la Embajada de los Estados Unidos en Beirut, Líbano, el 18 de abril de 1983, quitó la vida a diecisiete estadounidenses y a muchos libaneses. Mi esposo murió en la explosión y yo fui herida.

Después de la explosión, me las ingenié para llegar a las escaleras y recuperar mis fuerzas, sabiendo que debía orar en ese mismo momento. El estar aterrada no me iba a ayudar en nada. La escena era desesperante. La primera cosa a la que me aferré fue la frase: "Dios es". Entonces palabras de un himno vinieron a mi pensamiento: "Lo que eres Tú, Señor, no lo que soy" (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 195), y también otras ideas. Un conductor libanés me levantó y me llevó fuera de la embajada. En el hospital los médicos comenzaron a seleccionar a los pacientes, y como yo no estaba entre los más seriamente heridos, seguí orando mientras esperaba en la camilla a que me lavaran y me enviaran a casa.

Oré mucho por mí y por todos los demás. Pronto varios versículos de la Biblia y declaraciones de Ciencia y Salud, que había memorizado cuando estaba en la Escuela Dominical y durante todas las experiencias que había tenido en la Christian Science, me vinieron al pensamiento. Y, francamente, oré más intensamente en esa ocasión que nunca en mi vida. Poco a poco, recuperé la calma, y llegué a la conclusión de que no obstante lo ocurrido, Dios estaba con todos nosotros en ese mismo momento y manifestaría Su bondad. Había mucho silencio en la habitación en que estábamos. El personal del hospital comentó después que en todos los años de atender a los heridos de esta guerra civil, nunca habían visto un grupo de gente más paciente y callado.

Cuando llegó mi turno, les expliqué que no quería tratamiento médico, y que les agradecería mucho si me limpiaban y me mandaban a casa. En lugar de hacerlo, me llevaron rápidamente al quirófano, me prepararon, anestesiaron y me trataron médicamente. Antes de perder la conciencia, me aferré a la idea de que no importaba lo que me hicieran, o dónde estaba, nunca podía estar fuera del cuidado omnipotente de Dios. Después de la operación, ya en el cuarto, me informaron con mucha delicadeza que mi esposo había fallecido.

A partir de ese momento, todos comenzamos a recibir mucho apoyo, evidencia viviente de la habilidad que tiene Dios para tocarnos a cada uno de nosotros individualmente con Su bondad. Informaron a mis hijos del fallecimiento de su padre y ellos recibieron el apoyo de familia, amigos y miembros de la iglesia. Recibí oraciones no sólo de mi propia iglesia y familiares, sino también de prácticamente todos los grupos religiosos del Líbano, incluso de miembros de la religión Chiíta, acusados del ataque.

Desde entonces, el pesar por la repentina pérdida de mi esposo y la dura realidad de las grandes responsabilidades que tenía con mis hijos, a menudo amenazaron abrumarme cuando trataba de pensar humanamente cuál era el siguiente paso que debía dar. Sin embargo, me consolaba saber que había sobrevivido por una razón, que Dios estaría conmigo no importaba lo que tuviera que enfrentar, y que Dios también consolaría a mi esposo.

Me tomó varios meses recuperarme físicamente. En ese sentido, estoy muy agradecida porque recuperé la vista de un ojo. Una noche, después de una semana llena de dolor y muchas exigencias, que incluyó el sepelio de mi esposo, me percaté de que estaba recuperando mi percepción de la profundidad, el primer signo de que se estaba produciendo la curación. Me sentí muy agradecida por los signos de progreso y la curación que finalmente se produjo.

Además, mucha gente me ayudó a lo largo del camino. Los antiguos colegas de mi marido insistieron en que fuera a trabajar para ellos, lo que me permitió hacer el tipo de trabajo en el servicio exterior para el que había sido educada. El personal de la Agencia me ayudó tremendamente con los detalles burocráticos de un atentado como éste, y pudieron empacar los muebles y otros enseres de mi casa, incluyendo el perro, y mandarlos a casa. Un amigo me encontró un lugar donde vivir. E innumerables amigos me enviaron comentarios recordando a mi esposo.

En los años que siguieron, he tomado más conciencia de la fortaleza espiritual que me da el negar los efectos que ese incidente tuvo en mi vida, el incidente en sí, y todos los otros tipos de hechos relacionados con la guerra. Puesto que Dios, que es todo poderoso y del todo amoroso, nunca hizo estas cosas, nosotros por ser Sus ideas no estamos condenados a sufrir por ellas. El aprender de esta experiencia me ha traído inesperadas recompensas y un aprecio y reverencia más profunda por toda la bondad de Dios. Por esta lección sobre el crecimiento espiritual, y por todas las otras curaciones que he tenido a lo largo de mi vida de estudiar la Christian Science, estoy muy agradecida.


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