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Reacción ante la violencia ¿Hay alternativas?

Del número de septiembre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mirando Una de las series de televisión más populares en el Río de la Plata, me di cuenta de que los personajes se irritaban con inusitada frecuencia. Todos parecían tener un motivo para ofenderse, levantar la voz y marcharse apresuradamente. Eso me hizo pensar cómo muchas veces nos vemos tentados a actuar de esa misma manera tan torpe, dejándonos dominar por la ira, el malhumor o la irritación.

Si bien algunas reacciones humanas parecen mínimas cuando las comparamos con la violencia que parece imperar en el mundo, ¿no tienen éstas su origen en la misma clase de pensamientos que, inflamados, llevan a males mayores, incluso a matar? Muchos anhelan encontrar protección contra la violencia física y mental. Y también muchos la están encontrando al apoyarse en las leyes bondadosas de Dios.

Estas leyes, que la Biblia enseña a vivir expresando cualidades como la bondad, el amor, la paciencia y la mansedumbre, nos permiten triunfar sobre las pasiones humanas; porque ya están incluidas en cada uno de nosotros, como hijos amados de Dios. La Biblia nos amonesta para nuestro bien diciendo: "Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia". Efesios 4: 31. Para que estas cualidades salgan a luz, es necesario que las reclamemos — porque realmente ya nos pertenecen — y que pacientemente las cultivemos cada día.

Dos experiencias que viví en relación con este tema — separadas por algunos años — me enseñaron lecciones muy valiosas.

La primera de ellas comenzó mientras me estaba bañando y me di cuenta de que el agua no corría normalmente. Al principio pensé que había alguna obstrucción en la cañería, pero no tardé mucho en enterarme de que la vecina de la casa de abajo nos había tapado los caños intencionalmente. Fui a hablar con ella. En pocos momentos estábamos enfrascados en una acalorada discusión. Traté de convencerla a viva voz de que no tenía derecho a hacernos eso. Todos mis esfuerzos fueron en vano. Ella estaba convencida de que tenía una buena razón para hacer lo que había hecho. Cuando llegó mi hermano, le expliqué la situación. "Yo voy a hablar con ella", me dijo con calma. Parado ante la ventana, escuché asombrado la conversación. Las suaves palabras y serena persuasión de mi hermano hicieron que mi vecina cambiara de actitud casi de inmediato y accediera a destapar los caños. Entonces me di cuenta de que todo el alarde de fortaleza que yo había hecho, toda aquella supuesta demostración de un carácter fuerte y enérgico, era en realidad debilidad, y no había logrado nada. Vi también que las cualidades cristianas de humildad, paciencia y serenidad que mi hermano había expresado casi sin levantar la voz, eran fortaleza espiritual y habían traído una solución armoniosa a la situación.

La Sra. Eddy escribe en Escritos Misceláneos: "El orgullo humano es debilidad humana. El conocimiento de sí mismo, la humildad y el amor son fortaleza divina".Escritos Misceláneos, pág. 358.

La segunda experiencia tuvo lugar años más tarde. Una noche, estaba parado hablando por teléfono, con un brazo apoyado sobre el hombro de un compañero de trabajo que estaba sentado delante de mí. De pronto, y sin mediar palabra, mi compañero se dio vuelta y me aplicó un violento golpe en el estómago. "Para ser una broma pareció ser un golpe bastante fuerte", pensé, aunque no sentí dolor alguno. Casi de inmediato, recibí otro golpe aún más fuerte. Entonces me di cuenta de que mi compañero se había molestado en serio, aunque yo no encontraba razón alguna para ello. En ese momento no tuve ninguna inclinación a reaccionar, ni sentí indignación alguna. Tampoco sentí dolor, ni me sentí sofocado por los golpes. Me sentí absolutamente protegido y a salvo. Simplemente terminé de hablar por teléfono y me retiré sin pedir explicación. Luego agradecí a Dios por Su cuidado, que nos había protegido a mi compañero y a mí. En ese momento pensé en Jesús que, cuando una multitud indignada procuró despeñarlo, simplemente "pasó por en medio de ellos y se fue". Lucas 4:30. Me di cuenta de que el no reaccionar había sido una muestra de fortaleza y no de debilidad.

Aunque en el momento no tuve inclinación a reaccionar, en los días siguientes llegué a sentirme muy molesto por lo que había pasado. Tuve que enfrentar pensamientos de resentimiento y deseos de vengarme, que pretendían quitarme mi paz. Pero insistí mentalmente en que el mal, cualquiera sea su disfraz, no es persona alguna, y que el hombre por ser hijo de Dios jamás puede ser víctima o instrumento del mal; y esta manera de pensar me ayudó a dominar los pensamientos de autojustificación e indignación.

Si bien muchos hemos aprendido lo acertado de ser buenos y humildes, nuestra protección contra la violencia y las reacciones violentas, nuestra verdadera respuesta a ellas, nos exige algo más. La ingenua actitud de que "todo va a estar bien", no es suficiente. La prueba de que estamos a salvo bajo el cuidado de Dios nos viene calladamente. Cuando las diferentes formas de violencia se nos presentan como chismes y envidias, enfermedades, o accidentes, tenemos a mano a Dios y Sus leyes de amor, que nos identifican a todos como Sus hijos.

Todos podemos cultivar una actitud de pensamiento alerta y vigilante, y encontrar una defensa espiritual contra la violencia.

La Biblia nos dice que, luego de que Jesús sanó en un día de reposo a un hombre que tenía una mano seca, los escribas y los fariseos "se llenaron de furor y hablaban entre sí qué podrían hacer contra Jesús". Más adelante dice que "en aquellos días él fue al monte a orar y pasó la noche orando a Dios". Lucas 6:11,12. Es decir, Jesús no ignoró meramente el asunto. Conociendo los pensamientos de odio contra la Verdad, él les hizo frente y los venció. Si Jesús, el Maestro, lo hizo, ¿qué menos puede esperarse de nosotros?

Si deseamos sentirnos seguros frente a la violencia y los conflictos no podemos darnos el lujo de estar distraídos. Todos podemos cultivar una actitud de pensamiento alerta y vigilante, y encontrar una defensa espiritual contra la violencia, al recurrir continuamente a Dios, que nos hace partícipes de Sus leyes de paz que disuelven todo peligro.

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