Admito que fue una error. Yo no debería haberme salido de las casillas y gritado a mi compañero de trabajo de trabajo de la manera que lo hice, aunque su actitud irresponsable hacía meses que me estaba molestando, y a menudo impedía que termináramos nuestro trabajo a tiempo. Pero no había acabado yo con mi reproche, que reconocí mi error. Me sentí muy mal por lo que había hecho. Traté de corregir mi reacción pidiéndole disculpas, pero por dentro seguía muy enojado.
Sólo cuando el dolor me inmobilizó el brazo, comencé a reconocer que tenía mucho que aprender. Me di cuenta de que el dolor del brazo y el enojo, estaban relacionados. Había permitido que la impaciencia, la condena, la irritación, el egoísmo y la culpa, gobernaran mi pensamiento y acciones. Ahora, con el deseo sincero de encontrar una solución, me dispuse a corregir lo que había causado el problema en primer lugar.
Sabía que la simple bondad humana (por más admirable que sea esa cualidad), no sería suficiente. La curación espiritual y eficaz no es el resultado de la voluntad humana. La curación genuina que redime, como la enseñó Cristo Jesús y la practica la Ciencia del Cristianismo, entraña un cambio fundamental en la conciencia que va de un sentido material de las cosas, a la ley espiritual que gobierna la existencia. Es a través de esta perspectiva espiritual que realmente aprendemos de las equivocaciones que cometemos.
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