Admito que fue una error. Yo no debería haberme salido de las casillas y gritado a mi compañero de trabajo de trabajo de la manera que lo hice, aunque su actitud irresponsable hacía meses que me estaba molestando, y a menudo impedía que termináramos nuestro trabajo a tiempo. Pero no había acabado yo con mi reproche, que reconocí mi error. Me sentí muy mal por lo que había hecho. Traté de corregir mi reacción pidiéndole disculpas, pero por dentro seguía muy enojado.
Sólo cuando el dolor me inmobilizó el brazo, comencé a reconocer que tenía mucho que aprender. Me di cuenta de que el dolor del brazo y el enojo, estaban relacionados. Había permitido que la impaciencia, la condena, la irritación, el egoísmo y la culpa, gobernaran mi pensamiento y acciones. Ahora, con el deseo sincero de encontrar una solución, me dispuse a corregir lo que había causado el problema en primer lugar.
Sabía que la simple bondad humana (por más admirable que sea esa cualidad), no sería suficiente. La curación espiritual y eficaz no es el resultado de la voluntad humana. La curación genuina que redime, como la enseñó Cristo Jesús y la practica la Ciencia del Cristianismo, entraña un cambio fundamental en la conciencia que va de un sentido material de las cosas, a la ley espiritual que gobierna la existencia. Es a través de esta perspectiva espiritual que realmente aprendemos de las equivocaciones que cometemos.
Resolví cuidar mucho mejor mi pensamiento, no por el temor de repetir el error y de sufrir las consecuencias, sino porque actuar correctamente es parte de nuestra verdadera naturaleza. Comencé mi vigilancia esforzándome por ser más obediente a las enseñanzas de Jesús. “No juzguéis, para que no seáis juzgados”, dijo; “...por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo”. Mateo 7:1, 3. Pienso que esto quiere decir que no sólo debo evitar juzgar y criticar a los demás, sino que también debo dejar de condenarme a mí mismo. La condena, ya sea de nosotros o de los demás, no sana. Por el contrario, fija el problema en nuestro pensamiento y lleva a la creencia errada de que el hombre, la creación de Dios, es falible. Deberíamos ver en nosotros y en los demás sólo lo que Dios sabe acerca del hombre.
Puesto que Dios ha creado al hombre a Su imagen y semejanza, el hombre es totalmente espiritual, perfecto, inteligente, veraz y amoroso. El hombre no es un organismo material propenso a juzgar erradamente, a ser egoísta y arrogante, con instintos animales. Cuando nuestras equivocaciones nos alientan a dejar de lado esta última descripción, y a apreciar y conocer nuestro verdadero ser, han tenido un propósito muy valioso.
La autocondena es como un callejón sin salida. Recuerde que Cristo Jesús perdonó sin preguntar las causas del error cometido. El nos dejó a todos en libertad frente a un camino de posibilidades infinitas.
También es muy útil estar atento a lo que ocurre en nuestro pensamiento, porque nos permite aferrarnos al punto de vista más elevado y no permitir que sugestiones negativas e insistentes oscurezcan nuestra visión. En Escritos Misceláneos, Mary Baker Eddy describe la eficacia de esa vigilancia: “Al mantener en mi mente la idea correcta acerca del hombre, puedo mejorar mi propia individualidad, salud y condición moral, y también la de otros; mientras que el mantener constantemente en la mente la imagen opuesta del hombre, es decir, la de un pecador, no puede mejorar la salud ni la condición moral, así como no podría ayudarle a un artista mantener en su pensamiento la forma de una boa al pintar un paisaje”.Esc. Mis., pág. 62.
Al aceptar “la idea correcta acerca del hombre”, entendí que el sentido errado y material de identidad que había en mi pensamiento, era una mentira sobre el hombre y su relación perfecta con Dios. Muy pronto, la sensación de condena y culpa comenzó a desaparecer. Aprendí a perdonar a mi compañero por sus fallos y a perdonarme a mí mismo, tanto por haberme enfurecido, como por haber creído una mentira sobre mi prójimo. Incluso comencé a apreciar la bondad de esta persona y a notar que estaba más dedicado a su trabajo. Poco después, el dolor del brazo desapareció, y pude establecer una buena relación con esta persona, que continúa hasta hoy.
Cuando se cometen errores, tenemos dos opciones muy claras: podemos permitir que nos hundan hasta el fondo y nos hagan sentir preocupados y condenados, o los podemos usar para elevarnos espiritualmente. Como afirma Ciencia y Salud: “Los dolores de los sentidos son saludables, si desarraigan las falsas creencias placenteras y trasplantan los afectos llevándolos de los sentidos al Alma, donde las creaciones de Dios son buenas y 'alegran el corazón'".Ciencia y Salud, pág. 265–266.
A nadie le gusta cometer errores. A mí tampoco me gusta, pero en esa ocasión aprendí una gran lección. Un error puede ser una oportunidad para acercarnos a Dios, para comprender más acerca de nuestro ser espiritual, y expresar más del amor que Dios nos tiene a todos.
