Hace Algunos Años, a nuestra hija menor, le aparecieron tumores en el cuerpo. Aunque no parecían producirle malestar alguno, se lo dije a mi esposo. Pensamos que la condición podía sanar mediante la oración. En mis oraciones declaraba que su ser verdadero fue creado por Dios, que ella era inmortal y totalmente espiritual, que no se encontraba en un pequeño cuerpo mortal, por más que las apariencias dijeran lo contrario.
Cuando los tumores comenzaron a agudizarse y multiplicarse, llamé a una practicista de la Christian Science para que le diera tratamiento. El hijo de Dios representa la pureza y perfección del Espíritu, no importa lo que nos digan los sentidos físicos. Cristo Jesús destaca la importancia de tratar nuestros pensamientos, cuando insiste: “Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio” (Mateo 23:26).
La practicista me recordó que la condición material es un cuadro que tenemos en el pensamiento, de modo que para que se produjera la curación, debíamos tratar el pensamiento. Me instó a que me aferrara a la perfección del hijo de Dios, y rechazara el punto de vista limitado de que somos simplemente personalidades mortales. Con la ayuda de esa practicista, mi temor disminuyó, y tanto mi hija como yo crecimos moral y espiritualmente. Puesto que los síntomas persistían, continué yo misma dándole tratamiento mediante la oración.
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