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¿Envejecer o avanzar? Usted elige

Del número de octubre de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuenta La Historia que en una ocasión una mujer le pidió a su nieto, ya adulto, que le revisara sus finanzas. Él examinó cuidadosamente los documentos y con mucha alegría le dijo: “Abuela, no tienes de qué preocuparte. Tienes suficientes fondos como para vivir tranquila hasta los 115 años”. A lo que ella, tras pensar un momento, contestó: “Pero, ¿qué voy a hacer después?”

Sin duda, esta respuesta nos hace sonreír, porque es obvio que ella no tenía la menor duda de que viviría muchos años. El percibir que nuestra identidad no se puede separar de Dios porque somos Sus hijos amados y útiles, nos ayuda a mantenernos activos y a esperar siempre el bien. El autor de Primera de Juan habla acerca del gran amor que Dios tiene por nosotros, y lo afirma diciendo que somos los hijos de Dios. Eso es, justamente, lo que somos en este mismo momento. Véase 1 Juan 3:1, 2. Y en otro libro de la Biblia, San Pablo afirma: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Romanos 8:16, 17. La manera en que nos vemos a nosotros mismos, define nuestro sentido de lo que valemos, e influye nuestras decisiones. Se relaciona directamente con nuestro progreso, nuestra felicidad y continua vitalidad. En la alegoría que comienza el segundo capítulo del Génesis, donde “Jehová Dios” forma al hombre “del polvo de la tierra”, aparentemente Adán y Eva nunca se identificaron con el amor infinito de Dios. Por el contrario, se comportaron como si fueran independientes de Dios. Tenían el árbol de la vida con ellos en el jardín del Edén. No obstante, escucharon los argumentos de la serpiente, el mal, y cedieron a la sugestión falsa de que la sabiduría y la felicidad se pueden alcanzar conociendo tanto el mal como el bien. Y como resultado, en lugar de encontrar la felicidad, la perdieron.

Nuestros pensamientos son nuestros compañeros más cercanos. Cuando percibimos que somos los hijos de Dios, y “coherederos con Cristo”, comenzamos a pensar y a actuar desde una perspectiva más elevada, más pura, más clara y libre. Y por eso, podemos superar mucho más fácilmente las supuestas limitaciones, entre ellas las asociadas con la edad.

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