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Hace Algunos años, durante un verano, estaba con mi familia en una ciudad de la costa. Yo tenía muchas ganas de aprender surfing, y vi que allí había una casa que alquilaba tablas hawaianas. En la primera oportunidad que tuve, alquilé una tabla y entré al mar. El día estaba nublado y ventoso, y no había nadie en la playa. No me detuve para pensar en las condiciones del mar, que estaba "agitado", o sea, con olas mucho más altas de lo que parecía desde la playa, y con una corriente muy fuerte.
Comencé a deslizarme sobre las aguas poco profundas. Aprendí bastante rápido y empecé a adentrarme más en el mar, sin prestar atención a la corriente y a la fuerza de las olas. El intervalo entre una ola y otra fue haciéndose cada vez menor, y tenía que hacer mucho esfuerzo para seguir nadando, porque el agua me arrastraba hacia abajo. Me era difícil subir a la superficie para respirar. En determinado momento, ya no conseguía subir a la tabla y decidí regresar para estar más cerca de la playa. Mas no lograba salir del lugar, tal era la fuerza de la corriente en contra. Cada ola que pasaba, me hundía y giraba, de manera que perdía la referencia de dónde estaba la superficie y sólo conseguía encontrarla cuando sentía el tirón de la tabla que tenía agarrada al tobillo. Entonces una ola muy grande rompió justo encima de mí y cortó la cuerda que sostenía la tabla. De ahí en adelante no lograba saber dónde estaba la superficie y giraba continuamente debajo del agua. Estaba cansado y sin aire; me sentía agotado.
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