“Hola, Mamá. Yo estoy bien, pero el avión en que viajaba se accidentó”. Con estas palabras comenzaba un breve mensaje que encontré una tarde en mi contestador automático. Mi hija, que vive en el lado opuesto del país, continuó diciendo que el accidente había ocurrido el día anterior, y que ella estaba ahora en el aeropuerto esperando un vuelo comercial de regreso a casa; que me llamaría más tarde.
El corazón me empezó a latir fuerte. ¿Dónde estaba mi hija? ¿En qué aeropuerto? ¿Y qué quería decir con “estoy bien”? No tenía forma de comunicarme con ella. Me sentí incomunicada e impotente. No había nada que pudiera hacer humanamente para ayudar a mi hija. No obstante, me podía poner en acción espiritualmente.
Primero recurrí a la Biblia, donde encontré estos consoladores mensajes en los Salmos: “Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti”. Salmo 102:28. Y “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente”. Salmo 16:8, 9.
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