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Padres y Madres: recuerden quién está a cargo

Del número de febrero de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hola, Mamá. Yo estoy bien, pero el avión en que viajaba se accidentó”. Con estas palabras comenzaba un breve mensaje que encontré una tarde en mi contestador automático. Mi hija, que vive en el lado opuesto del país, continuó diciendo que el accidente había ocurrido el día anterior, y que ella estaba ahora en el aeropuerto esperando un vuelo comercial de regreso a casa; que me llamaría más tarde.

El corazón me empezó a latir fuerte. ¿Dónde estaba mi hija? ¿En qué aeropuerto? ¿Y qué quería decir con “estoy bien”? No tenía forma de comunicarme con ella. Me sentí incomunicada e impotente. No había nada que pudiera hacer humanamente para ayudar a mi hija. No obstante, me podía poner en acción espiritualmente.

Primero recurrí a la Biblia, donde encontré estos consoladores mensajes en los Salmos: “Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti”. Salmo 102:28. Y “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente”. Salmo 16:8, 9.

El pensamiento de que los hijos de Dios están “establecidos” y “no serán conmovidos”, me tranquilizó. Oré para comprender que la creación de Dios es completa y armoniosa. El hombre, la imagen y semejanza de Dios, no está esperando que se manifieste el bien; puesto que Dios, el bien, creó al hombre para que Lo expresara, el bien pertenece por siempre al hombre. El reclamar esta herencia nos mantiene a salvo. Aunque no podía ver a mi hija, sabía que nunca podría estar fuera del abrazo tierno de Dios.

La noche antes de recibir este mensaje telefónico, yo había asistido a la reunión de testimonios de mi iglesia, y durante el servicio estuve pensando en el Cristo y lo que significa en relación a Jesús. Entendí que Jesús era el mensajero de Dios, y el Cristo es el mensaje de la Verdad que Jesús manifestaba con tanta habilidad. Ciencia y Salud lo explica de este modo: “Jesús es el nombre del hombre que más que ningún otro ha manifestado al Cristo, la verdadera idea de Dios, sanando a enfermos y pecadores y destruyendo el poder de la muerte. Jesús es el hombre humano, y el Cristo es la idea divina; de ahí la dualidad de Jesús el Cristo”.Ciencia y Salud, pág. 473.

Como madre, me ha sido indispensable comprender y apoyarme en el Cristo, nuestro nexo con Dios para todas las épocas. Durante la reunión de testimonios de esa semana había comenzado a pensar en esas ideas, y muy pronto estaba de pie, expresando mi gratitud por la eterna presencia del Cristo. Comenté que cuando mis hijos estaban creciendo, los vi como hijos de Dios; a Él lo honraba como su verdadero Padre, su verdadero Padre y Madre. Comenté que infinidad de veces, cuando permitía que mi voluntad cediera a la de Dios, había sentido que Él es el Padre divino de nuestra familia, había sentido Su guía y protección, y que mi responsabilidad fundamental como madre es confiar en Dios. En síntesis, cuidaba de mis hijos sabiendo que Dios estaba cuidando de todos nosotros.

Cuando hablé finalmente con mi hija más tarde ese día, me contó que había subido a un avión pequeño con un amigo. Tenían planeado volar a lo largo de la costa y detenerse para hacer un picnic. Por la tarde, de pronto surgieron vientos muy fuertes y el piloto no pudo controlar el avión. Se estrellaron contra el suelo, y el avión quedó totalmente destruido, pero tanto mi hija como su amigo salieron ilesos del accidente. Cuando llegó el equipo de rescate al lugar, no podían creer que alguien se hubiera salvado.

Al pensar en la diferencia de horarios, sentí una profunda humildad al comprender que el incidente había ocurrido mientras yo estaba de pie en la iglesia, dando gracias a Dios por la protección infalible que brinda a mis hijos.

Somos mejores padres cuando reconocemos que Dios tiene el control. Puesto que el amor de Dios es universal, no podemos estar incomunicados ni separados de Él. La alegría, la salud y la seguridad nos pertenecen a cada uno de nosotros y a nuestros seres queridos, porque somos hijos de Dios. El Salmista canta: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores”. Salmo 34:4. Unámonos con nuestros hijos en este canto, glorificando a Dios y Su amor omnipresente.

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