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Tu refugio seguro, aquí presente

Del número de febrero de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Viernes por la tarde estábamos atravesando un puente de ocho kilómetros de largo sobre el Lago Ponchartrain en Louisiana. El tráfico estaba pesado, y de pronto un vehículo enfrente nuestro levantó por el aire un pedazo grande de hojalata. La hojalata salió disparada hacia nuestro auto y cortó uno de los neumáticos. De inmediato pasamos de ir a 100 km por hora a estar prácticamente detenidos. El tráfico a nuestro alrededor era un torbellino, y nos dirigimos al carril de emergencia del puente. De un lado, enormes camiones pasaban rugiendo a 120 km por hora, y del otro teníamos el lago bastante picado, por lo que la tentación de sentirnos inseguros era muy grande. Durante esos tensos momentos, comencé a orar.

De inmediato me vino este pensamiento: “En éste, Su refugio del Alma, no entra ningún elemento terrenal para echar fuera a los ángeles, para acallar la intuición correcta que os guía a salvo al hogar”.Escritos Misceláneos, pág. 152. “Su refugio del Alma”. Me sentí muy agradecida por esa hermosa descripción de la presencia amorosa de Dios, donde el hombre siempre mora.

Un refugio es un lugar donde hay seguridad y abrigo. En términos espirituales, éste es nuestro habitat natural, porque somos la imagen, o idea, de Dios, el Amor divino, vivimos y moramos allí. También comencé a reconocer que éramos verdaderamente ideas espirituales, no objetos materiales en peligro de ser atropellados por otra masa material de objetos que nos pasaban al lado a toda velocidad.

Detrás de este razonamiento se encontraba un pasaje de Ciencia y Salud sobre el cual yo reflexionaba a menudo: “Los minerales compuestos o las sustancias agregadas que componen la tierra, las relaciones que las masas constituyentes mantienen entre sí, las magnitudes, distancias y revoluciones de los cuerpos celestes, no tienen importancia verdadera cuando recordamos que todo eso tiene que dar lugar a la realidad espiritual por la traslación del hombre y el universo nuevamente al Espíritu. En la proporción en que eso se haga, se revelará que el hombre y el universo son armoniosos y eternos”.Ciencia y Salud, pág. 209.

Fue la frase “las relaciones que las masas constituyentes mantienen entre sí” en particular lo que me llamó la atención. Comprendí que como ideas dentro de la Mente que es Dios, no podíamos estar bajo el control de ese fenómeno de creencia material. Me sentí en paz. Alguien se detuvo y dijo que llamaría a una grúa, y así lo hizo. Todo se resolvió fácilmente.

Reconocer la presencia de Dios dondequiera que estemos, nos vuelve receptivos a la inteligencia divina que está siempre presente.

Cuando pensé en esta experiencia esa misma noche, me di cuenta de que realmente no es posible que el hombre esté fuera de lo que Dios sabe acerca de él. Dios nos define, nos ha creado como la expresión misma de Su naturaleza perfecta e indestructible. Nosotros no podemos redefinirnos a nosotros mismos o ser otra cosa que lo que somos, ni estar en un lugar fuera de la Mente que es nuestro Creador.

Pero si ignoramos este hecho, si permitimos que la vulnerabilidad ocupe un lugar en nuestra conciencia, entonces esos pensamientos pueden abrir el camino para que el miedo nos controle. Esa mañana, por ejemplo, había visto en la televisión la noticia de un hombre que había vivido una experiencia notable al ser protegido en un avión. El periodista le preguntó si ahora tenía miedo de volar. El hombre respondió que uno está más seguro en un avión que en un auto. Comprendí que yo no había refutado la implicación de que se podía estar en una condición insegura, es decir, fuera del cuidado de Dios. También recordé declaraciones de amigos sobre los peligros de la autopista en la que habíamos estado.

El hecho espiritual y poderoso es que nosotros, por ser los hijos preciados de Dios, estamos seguros tanto en los autos como en los aviones; tan a salvo en cualquier lugar como estamos en nuestra cama; tan seguros por la noche como durante el día; tan seguros solos como acompañados. En otras palabras, la seguridad no está a merced de las condiciones materiales. La seguridad es una cualidad innata de nuestro ser espiritual y verdadero. No podemos estar fuera del orden y armonía de la Mente divina. Dios y el hombre no pueden estar separados, la idea espiritual no puede estar separada de su fuente, Dios, el Principio divino.

Recordé de varias instancias en que fuimos protegidos a lo largo de los años, en lo que parecieron situaciones peligrosas: una caja grande que apareció de pronto frente a nuestro auto, y que era imposible evitar debido al tránsito, y que por orar de todo corazón a Dios una ráfaga de viento la apartó del camino; la habilidad de cambiar rápidamente un neumático, aunque yo no tenía la menor idea de cómo hacerlo, al responder a una voz interior que me hablaba del amor y la presencia de Dios allí mismo donde yo estaba; la intuición espiritual que me llevó a frenar antes de saber por qué, evitando de ese modo pasar a ser parte de una cadena de coches que habían chocado. Reconocer la presencia de Dios dondequiera que estemos nos vuelve receptivos a la inteligencia divina que es siempre nuestra. Somos su expresión misma.

Recordar un incidente temible como si hubiéramos tenido suerte por habernos salvado, aunque sea hecho con gratitud, no es tan sabio como dejar que nuestro sentido espiritual nos diga que para Dios jamás somos mortales vulnerables que nos salvamos por un pelo.

El “refugio del Alma” es nuestro lugar de residencia permanente, el lugar secreto del que habla el salmista en el Salmo noventa y uno. Este refugio es mío, es suyo y de todos. Necesitamos reconocerlo, aceptarlo, y ser lo suficientemente humildes como para permitir que Dios nos lo muestre. De este modo, estamos alertas a la sabiduría y a la confianza que viene de Él y que nos guía con toda seguridad, de momento a momento, día tras día.

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