Un Viernes por la tarde estábamos atravesando un puente de ocho kilómetros de largo sobre el Lago Ponchartrain en Louisiana. El tráfico estaba pesado, y de pronto un vehículo enfrente nuestro levantó por el aire un pedazo grande de hojalata. La hojalata salió disparada hacia nuestro auto y cortó uno de los neumáticos. De inmediato pasamos de ir a 100 km por hora a estar prácticamente detenidos. El tráfico a nuestro alrededor era un torbellino, y nos dirigimos al carril de emergencia del puente. De un lado, enormes camiones pasaban rugiendo a 120 km por hora, y del otro teníamos el lago bastante picado, por lo que la tentación de sentirnos inseguros era muy grande. Durante esos tensos momentos, comencé a orar.
De inmediato me vino este pensamiento: “En éste, Su refugio del Alma, no entra ningún elemento terrenal para echar fuera a los ángeles, para acallar la intuición correcta que os guía a salvo al hogar”.Escritos Misceláneos, pág. 152. “Su refugio del Alma”. Me sentí muy agradecida por esa hermosa descripción de la presencia amorosa de Dios, donde el hombre siempre mora.
Un refugio es un lugar donde hay seguridad y abrigo. En términos espirituales, éste es nuestro habitat natural, porque somos la imagen, o idea, de Dios, el Amor divino, vivimos y moramos allí. También comencé a reconocer que éramos verdaderamente ideas espirituales, no objetos materiales en peligro de ser atropellados por otra masa material de objetos que nos pasaban al lado a toda velocidad.
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