¿Quién Se Sube al automóvil, arranca el motor, oprime el acelerador y empieza a manejar, sin tomar firmemente el volante? Obviamente, nadie que quiera manejar con seguridad hace algo así. Cuando uno maneja, es indispensable mantener el control del vehículo.
Se habrá dado cuenta de que, cuando se trata del control de uno mismo, ya sea de las emociones, los apetitos, el comportamiento, las habilidades y hasta la salud, parece que mucha gente ha renunciado a ese control.
“No lo puedo evitar”, se dice con frecuencia como una excusa del mal comportamiento. “Ni modo, así soy yo”, es la justificación de un carácter muy volátil, o un apetito fuera de control. “No tengo mucha coordinación”, explica un deportista mediocre. “Quiero sentirme mejor, pero yo no puedo controlar lo que siente mi cuerpo”, argumenta otro que sufre de dolor crónico.
Puede que no parezca obvio al principio, pero ese tipo de comentarios indica lo que hoy se podría describir como la “bioquimicalización” de la sociedad; su objetivo es reducir cada pensamiento, sentimiento y acción, a alguna partícula biológica casi invisible o función química de la materia. Esto sugiere que hasta que comprendamos y controlemos más plenamente las propiedades fundamentales de la materia, no deberíamos abrigar esperanzas de llegar a controlar adecuadamente nuestros cuerpos o nuestro pensamiento, y por lo tanto, nuestra salud, nuestras emociones, etc.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Christian Science, estaba muy consciente del peligro que representa una mentalidad que renuncia al control propio, y ella hizo un llamado a cambiar esa manera de pensar. Exhortó a la gente a ejercer el control de sí mismos que Dios les ha dado.
En lo que corre del día, ¿cuántas veces ha aceptado que el cuerpo lo controla?
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, su obra fundamental para ese cambio del pensamiento, ella dice a los lectores: “Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones”. Luego explica lo que sus años de investigación, oración y experiencia le habían enseñado: que la habilidad que tenemos para hacerlo viene de Dios. “Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre”.Ciencia y Salud, pág. 393.
Desde los primeros tiempos del cristianismo, toda clase de enfermedad fue sanada, la deformidad fue restaurada a la normalidad, la demencia fue sanada, la ceguera y la sordera fueron sanadas, únicamente mediante medios espirituales. Estos resultados, confirmados en su propia experiencia, le comprobaron a la Sra. Eddy que la espiritualización del pensamiento y una vida cristiana, son los medios para lograr el verdadero dominio de sí mismo y, por ende, el bienestar.
Hace siglos, un escritor del Nuevo Testamento también advirtió a la gente que no debían dejarse influir por el ambiente materialista y mundano en el que vivían. “No os conforméis a este siglo”, escribió, “sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2.
Pensemos menos en las teorías materiales y más en la realidad del Espíritu.
Nuestra era también exige un cambio en el pensamiento. Si queremos tener el control de nuestra vida y de nuestra salud, necesitamos tener el pensamiento espiritualizado. No es sabio ignorar a Dios, el Espíritu divino, pues Dios es el origen del hombre. Esto quiere decir que nuestra verdadera naturaleza es espiritual, no material; también significa que Dios hace las leyes —leyes del Espíritu y del Amor— que gobiernan al hombre y producen armonía y salud.
Sin duda, la manera de alcanzar esa armonía y salud es llevar una vida más espiritual y cristiana. Esto requiere que pensemos menos en las teorías materiales y más en la realidad del Espíritu, Dios. Dejemos que la espiritualidad y el bien ocupen nuestro pensamiento; esa es la manera de controlarnos a nosotros mismos.
Nadie quiere andar en un automóvil que está fuera de control, pues no es lo normal ni es seguro. Lo mismo ocurre cuando se trata de nuestros cuerpos, cómo nos sentimos y cómo actuamos. Tendremos una vida más plena y saludable a medida que reconozcamos y afirmemos el control que Dios tiene de nuestra vida, al poner a Dios, el Espíritu, primero.