Era Tarde Cuando sonó el timbre de la calle anunciando la llegada del mensajero, y al salir para recibir la caja que me traía, nos rodeó un enjambre de mosquitos.
Mientras llenaba el papeleo, me preguntó si alguna vez había tenido fiebre a causa de los mosquitos. Le conté que hacía diez años que mi familia vivía en el vecindario con estas criaturas, y que nunca nos habíamos enfermado. Me contestó que en la radio había escuchado que éstos podían ser los que transmitían una enfermedad. Antes de que pudiera responderle, dio media vuelta, entró de prisa en su camioneta y se fue.
Esa noche, cuando escuché que las noticias de la televisión mencionaban el mismo problema, me di cuenta de la alarma que estaba causando el tema. También reconocí con mucha gratitud que, mediante mi estudio de la Ciencia del Cristianismo, yo no les tenía temor a estos seres vivos, ni tampoco me asustaba escuchar hablar sobre la enfermedad. Esta tranquilidad de pensamiento la había obtenido hacía unos años mediante una oración científica y consagrada, que me había sanado.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!