Era Tarde Cuando sonó el timbre de la calle anunciando la llegada del mensajero, y al salir para recibir la caja que me traía, nos rodeó un enjambre de mosquitos.
Mientras llenaba el papeleo, me preguntó si alguna vez había tenido fiebre a causa de los mosquitos. Le conté que hacía diez años que mi familia vivía en el vecindario con estas criaturas, y que nunca nos habíamos enfermado. Me contestó que en la radio había escuchado que éstos podían ser los que transmitían una enfermedad. Antes de que pudiera responderle, dio media vuelta, entró de prisa en su camioneta y se fue.
Esa noche, cuando escuché que las noticias de la televisión mencionaban el mismo problema, me di cuenta de la alarma que estaba causando el tema. También reconocí con mucha gratitud que, mediante mi estudio de la Ciencia del Cristianismo, yo no les tenía temor a estos seres vivos, ni tampoco me asustaba escuchar hablar sobre la enfermedad. Esta tranquilidad de pensamiento la había obtenido hacía unos años mediante una oración científica y consagrada, que me había sanado.
Dios nunca pudo haber creado el mal ni someter a Sus hijos a algún malestar o dolor.
Antes de mudarme a esta zona subtropical, había vivido en un clima más frío donde, aún así, los mosquitos eran abundantes. Después de un tiempo llegaron a molestarme mucho y me sentía muy incómoda cada vez que uno se me posaba en la piel. También comencé a tener una seria reacción física cuando me picaban.
Un día que me sentía bastante disgustada por el asunto, me di cuenta de que no estaba haciendo nada para sanar la situación, aunque sabía que era posible sanarla. Recurrí a Dios con el sincero deseo de sentir Su consuelo, y abrí mi corazón a Su verdad. El primer pensamiento que me vino fue de la Biblia: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí”. Isaías 45:5.
De inmediato sentí mucha humildad y tranquilidad; reconocí que el poder y la presencia de Dios, el Espíritu divino, es lo único que está presente. Dice Ciencia y Salud: “El mal no tiene poder ni inteligencia, porque Dios es el bien y, por tanto, el bien es infinito, es Todo”.Ciencia y Salud, pág. 398-399.
En la totalidad de Dios sólo hay armonía y salud. Él nunca pudo haber creado el mal ni someter a Sus hijos a algún malestar o dolor, pues el Amor divino por naturaleza no produce aflicción alguna. El Espíritu sólo reproduce su esencia: la perfección, el bienestar, la tranquilidad y la salud. Al afirmar la bondad omnipotente de Dios, comprendí que tenía que dejar de creer que un insecto tuviera poder para lastimarme. Si quería superar la irritación y la ansiedad, no podía seguir aferrándome a la noción de que existen dos poderes, uno bueno y otro malo. El poder de Dios para bendecir, para sanar y para mantener la salud perfecta, no tiene opuesto. Sólo hay, y puede haber, una Mente, un poder, y ése es Dios, el Espíritu.
Al reflexionar sobre estas verdades, otro mensaje llenó mi pensamiento: “Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé”. Isaías 45:12. La magnitud de esta declaración me llevó a razonar que como el Espíritu, la Mente, es el único creador del hombre y el universo, cada criatura viviente debe estar incluida en el origen totalmente bueno de la Mente. Debido a esto, es imposible que una criatura de Dios esté en conflicto con la idea de Dios, el hombre, o que lo moleste.
Dejé de sentir antagonismo hacia estos insectos, los dejé de ver como una molestia hostil y, en cambio, me regocijé en esta declaración de Ciencia y Salud: “Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles”.Ciencia y Salud, pág. 514.
El resultado fue que mi pensamiento cambió. Me negué a que me molestaran, o a sentirme temerosa. Siempre que aparecía un mosquito, afirmaba en silencio la verdad acerca de Dios, el hombre y el universo. Al hacer esto con persistencia, toda mi experiencia cambió; toda la preocupación mental y el malestar físico desaparecieron. Había sanado.
Con este cambio he sentido una gran serenidad. Ya no reacciono ante la presencia de este insecto con desagrado ni enojo, ni tampoco siento temor o ansiedad. Estoy continua y permanentemente libre. También ahora, cuando algún mosquito me toca la piel, ya no deja signos de su presencia.
Tenemos la capacidad de demostrar que tanto los mosquitos como otros seres vivientes son inofensivos.
Estoy muy agradecida por saber que podemos superar las creencias temerosas y así demostrar que los mosquitos y otros seres vivientes son inofensivos. Siempre podemos estar tranquilos, sabiendo que no hay nada en este mundo que tenga el poder de interferir con la salud y la perfección que nos ha dado Dios.