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La verdadera belleza

Del número de febrero de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Gente De Hoy se ve literalmente bombardeada con imágenes de belleza y salud, en todos los medios de comunicación; tanto mujeres como hombres se comparan con estas imágenes, y a menudo se sienten inferiores. No obstante, las soluciones que comúnmente fomentan aquellas imágenes, no ofrecen una respuesta permanente. Lo que realmente se necesita es un cambio en el pensamiento.

Aunque los anuncios quieren hacernos creer que la belleza está limitada a la apariencia física, he descubierto que la belleza, así como el amor, la honestidad y la integridad, es espiritual. Y descubrimos nuestra verdadera belleza cuando aprendemos a valorar nuestra identidad espiritual como hijos de Dios.

La Biblia nos dice que el hombre no es material; él es espiritual porque Dios, el creador del hombre, es Espíritu. Por ejemplo, Pablo dice: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas”. Es decir que, puesto que Dios es Espíritu, no mora en cosas materiales. Pablo a continuación describe la relación del hombre con Dios, cuando dice: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:24, 28. Esto tiene que significar que el hombre es espiritual.

A través de su vida y su experiencia como sanadora, Mary Baker Eddy comprendió claramente la naturaleza espiritual del hombre. En Ciencia y Salud su respuesta a la pregunta fundamental “¿Qué es el hombre?”, comienza así: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 475. Y luego continúa: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico”.

Como la idea espiritual de Dios, cada uno de nosotros es el reflejo inmortal e inmutable de la Verdad y el Amor omnipotentes. La enfermedad en todas sus formas, incluso la decadencia, la vejez y la imperfección, no tienen lugar en el Espíritu. Por lo tanto, no tienen poder para expresarse en nuestros pensamientos y en nuestros cuerpos.

Cristo Jesús pudo sanar con tanta eficacia porque nunca fue tentado a creer en la realidad de la condición que tenía que sanar. Nunca se desvió de la comprensión de que Dios hizo al hombre perfecto, y que las conjeturas y creencias humanas jamás pueden tocar la fuente de esa perfección. Nos mostró cómo comprender esa perfección mediante la obediencia a este mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mateo 22:37. Creer que existe un ser material, separado de nuestra relación espiritual con Dios, es no darle a Él todo nuestro corazón, alma y mente.

Un día se me desarrolló en la cara una condición de la piel muy desagradable. Al principio el área de la piel afectada era pequeña y no pensé mucho en ella. Pero pronto empeoró y se extendió por todo el rostro, y me dolía mucho. Esto me hacía sentir más consciente del problema. Al orar por esta condición, muy pronto me di cuenta de que estaba aceptando las sugestiones que comúnmente se tienen sobre la edad y el deterioro físico, y me había comenzado a preocupar por mi apariencia física. Me sentía obsesionada por el pensamiento de que mi cuerpo era mi verdadero yo.

Una vez que reconocí esto, comencé a rechazar la creencia de que pudiera ser material, y afirmé mi identidad como la hija pura e intachable de Dios. Sabía que sólo el Espíritu y lo espiritual es real. Los sentidos materiales no pueden percibir la realidad; así que, sabiendo que mi identidad espiritual no se evidencia frente a un espejo, me esforcé todos los días por no mirarme la cara. Oré para mantener mi pensamiento libre de temor o duda, y para no dejarme tentar por la creencia de que pudiera estar enferma. Cuando la condición empeoró, llamé a un practicista de la Christian Science,Ciencia y Salud, pág. 428. quien con mucho amor reforzó la idea de que soy la hija inmaculada de Dios.

Traté de seguir el siguiente consejo de Ciencia y Salud: “Quitar del pensamiento confianzas equivocadas y testimonios materiales a fin de que aparezcan las verdades espirituales del ser, ése es el gran logro por el cual eliminaremos lo falso y daremos entrada a lo verdadero”.Significa Ciencia Cristiana. Pronúnciese crischan sáiens.

Muy pronto dejé de tener dolor y disminuyeron los otros síntomas. Pienso que la curación se produjo cuando verdaderamente pude olvidarme del cuerpo, y no tuve la menor tentación de mirarme. Poco después ya no había evidencia alguna de la condición.

La curación de mi cuerpo y de mi pensamiento me ha dado la fortaleza para enfrentar otros desafíos, y a menudo recurro a la idea que me guió en aquella ocasión. Sé por experiencia que únicamente cuando estamos dispuestos a abandonar nuestros conceptos y temores preconcebidos, es que vemos la evidencia de la curación y la reforma de Dios en nuestra vida. Es entonces cuando, por más agresivos que parezcan los síntomas, estamos sanos.

Toda belleza verdadera tiene su fuente y su origen en el Amor divino. Nada es más hermoso que el Amor, y cuando nuestros pensamientos están llenos de ternura y amor desinteresado, expresamos un sentido espiritual de belleza, que es eterna e indestructible.

Una vida llena de amor es hermosa y armoniosa. Los pensamientos puros y amorosos también cambian nuestro punto de vista de lo que constituye la belleza. En lugar de ser atraídos y gratificados por la materia hermosa, obtenemos un mayor aprecio por la suprema belleza del Alma. Estamos alertas a la multitud de expresiones de belleza inspiradas por el Amor: una sonrisa alegre y radiante, una vívida obra de arte, una conmovedora composición musical.

El Amor, y sólo el Amor, renueva nuestros pensamientos y nuestros cuerpos. A medida que expresamos la belleza del Amor con más claridad, más viveza y más constancia, llegamos a comprender que la belleza es verdaderamente independiente de la materia.

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