Hace poco, una madre y su hija nos contaron su experiencia de protección y crecimiento espiritual cuando la hija estuvo envuelta en un serio accidente automovilístico.
Vicki: Puede llegar a ser alarmante escuchar una voz desconocida que te dice por teléfono: “Esta es la sala de emergencia”. Una noche recibí una llamada así desde un pequeño hospital en una zona remota.
Elizabeth: Este incidente ocurrió hace varios años. En aquella época, toda la experiencia, desde sentirme atrapada debajo del camión, el rescate y haber estado hospitalizada brevemente, para mí era algo absurdo.
Vicki: La enfermera en el teléfono continuó diciendo: “Su hija se rió y les hizo bromas a los que la rescataron, quienes tuvieron que usar un soplete para poder sacarla del auto, y ahora está bromeando con el médico. Fuera de una nariz rota y unas pocas puntadas que necesita arriba del ojo, está de lo más bien. Estamos asombrados. Su hija es un milagro”.
Elizabeth: No se podían explicar cómo era que yo no tenía heridas serias.
Vicki: Cuando hablé con Elizabeth me dijo que iba manejando por una colina, cuando pasó por encima de una parte de la ruta que estaba helada. Un camión que pasó antes había patinado sobre el hielo, se había doblado en el medio y estaba bloqueando totalmente la carretera. El coche de Elizabeth patinó y terminó debajo del camión. Cuando me contaba esto, riéndose me dijo que el auto compacto que había alquilado, se había transformado en un convertible.
Elizabeth: Desde el punto de vista físico, sólo podría haber evitado que me decapitara poniéndome debajo del tablero de instrumentos un instante antes del impacto. Sin embargo, ni el cinturón de seguridad que llevaba puesto ni las dos pequeñas laceraciones que tenía en la cara, ni la nariz rota, son consecuentes con esa situación.
Vicki: Cuando hablamos esa noche decidimos pedir ayuda a un practicista de la Christian Science. También llamé a una amiga de Elizabeth, quien inmediatamente viajó a esa zona para hacerse cargo del auto y acompañarla a casa. A la mañana siguiente, el paramédico que la había sacado del auto y el conductor del camión, vinieron a verla para confirmar por sí mismos que estaba viva y bien. El paramédico comentó: “Nunca vi una cosa igual... no tendrías que estar aquí. No te das una idea de lo afortunada que eres”. Obviamente todos los que estuvieron en el lugar del choque y en la sala de emergencias, sabían que algo maravilloso había ocurrido. Como no comprendían lo sucedido, decían que había sido un “milagro”. Pero yo sabía que su protección no era extraordinaria, sino que era el resultado de la ley de Dios puesta en práctica. La Descubridora y Fundadora de la Christian Science, Mary Baker Eddy, escribe en Ciencia y Salud: “Un milagro cumple con la ley de Dios pero no la quebranta”.1 Como estudiante de la Ciencia del Cristianismo, había llegado a ver a mis hijos como el reflejo de Dios, no como mortales sujetos a condiciones materiales.
Elizabeth: El siguiente paso para mí era volver a mis actividades lo antes posible. Estaba cursando el segundo semestre de mi maestría, y el incidente ocurrió durante las vacaciones de primavera. Las clases comenzarían en una semana, y tenía que terminar mi tesis antes de que finalizara el semestre.
Vicki: Así como los leones no tuvieron ningún efecto sobre Daniel, y el fuego no tuvo efecto sobre los tres jóvenes hebreos, me afirmé en el hecho de que una colisión física entre un camión y un coche no podía tener ningún efecto en la vida verdadera de mi hija. Su identidad como hija de Dios seguía intacta. Me sentí inspirada por la sorpresa e incredulidad que mostró el personal del hospital, y pensé que las multitudes que presenciaron las curaciones de Jesús, deben de haber sentido lo mismo. Pensé que esto era una evidencia de que el Cristo está con nosotros hoy. Todos los presentes sintieron la luz y gloria de la naturaleza verdadera y divina del hombre, y ningún accidente o emergencia podía impedirnos reconocer y regocijarnos por este hecho.
Elizabeth: Aunque el hospital me permitió salir al día siguiente, yo sabía que los médicos y enfermeros estaban aun muy preocupados.
Vicki: Varios días después les escribí una carta al médico y a la enfermera que habían estado de guardia esa noche. Les expliqué que en la Christian Science esperamos curación aún bajo las circunstancias más amenazadoras. Les agradecí con humildad por su interés y el tierno cuidado que le prodigaron a Elizabeth.
Elizabeth: Cuando regresé a la facultad, el peligro más grande que tuve que superar fue la posibilidad de tener una lesión cerebral o la pérdida de la visión. Durante los primeros días, me di cuenta de que no podía leer. Veía las palabras en una página o en la pantalla de la computadora, pero mis ojos se negaban a seguir la secuencia de una línea a otra. Una noche, después de intentar leer un artículo y escribir una tarea, me metí en la cama tremendamente cansada sin haber terminado. Me invadió el temor. ¿Cómo iba a terminar el semestre si ni siquiera podía leer el material requerido ni enfocar la vista lo suficiente como para escribir una idea completa en la computadora? Sin embargo, un mes después decidí que no iba a permitir que el temor controlara mis pensamientos. Traté de recordar pasajes de la Biblia que me ayudaran a dominar el temor. Lo que fui recordando de a poquito fue el Salmo noventa y uno: “El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente... Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”.2 Los problemas que estaba enfrentando no sanaron instantáneamente, pero la curación se produjo. El progreso fue gradual, y me mantuve hasta que terminé el curso.
Cuando se calmó la fatiga y la confusión mental desapareció, todo lo que quedaba del incidente era una fuerte convicción de que la vida en un don de Dios.
Vicki: Estoy muy agradecida por la persistencia y la receptividad de Elizabeth.
Elizabeth: Las palabras de la enfermera, “Su hija es un milagro” y del paramédico, “No tendrías que estar aquí”, me venían a cada rato al pensamiento y me dejaron con algunas preguntas. ¿Qué fue lo que hizo que yo fuera especial? ¿Por qué había sobrevivido? Estas preguntas me llevaron a la lección más importante que aprendí de toda esta experiencia.
Vicki: Cuando Elizabeth y yo hablamos de por qué ella seguía aquí, me vi impulsada a decirle: “Aparentemente, tomaste la decisión de quedarte”.
Elizabeth: Esa idea me impresionó mucho. Antes del incidente, en ocasiones me había atraído la idea del suicidio. Y me pregunté por qué había tomado en ese momento la decisión de quedarme. Si quería irme, había perdido una perfecta oportunidad. Entonces, de pronto, comprendí totalmente el don que me habían dado y que antes había dudado en reconocer. Ese don es la vida, una vida llena de amor, alegría y oportunidades de aprender y crecer. Cuando se calmó la fatiga y la confusión mental desapareció, todo lo que quedaba del incidente era una fuerte convicción de que la vida es un don de Dios. Esa idea incluye un mundo de gratitud por todos los dones que Dios nos da, junto con una fuerte dosis de humildad por no haber reconocido lo obvio antes. La cuestión es que pude asistir a clase, dar los exámenes del semestre y completar mi tesis a tiempo. Pero la verdad es que los estudios eran secundarios. Mucho más importante fue el entendimiento de que mi relación con Dios es continua, porque Él es mi Vida.
Vicki: Estamos muy agradecidas por el verdadero “milagro” que tenemos a nuestro alcance —la verdad acerca de Dios y Sus hijos.