Muchos Conocen la parábola de Cristo Jesús, sobre el padre cuyo hijo menor abandonó el hogar, llevando su herencia a un país distante y gastándolo todo viviendo perdidamente. Véase Lucas 15:11–24. Cuando todo lo había gastado, se encontró en una posición muy degradante. Había hambre en ese país y fue a ver al dueño de unas tierras, quien lo empleó para que apacentara cerdos. Este muchacho se estaba muriendo de hambre, y parecía que nadie se preocupaba por él. Quizás necesitara esta dura lección para despertar, pues al cabo de un tiempo comprendió que había cometido muchos errores; y con humildad regresó a su hogar, dispuesto a cambiar, incluso a ser un jornalero en la casa de su padre.
Aquí hay una lección para los padres de hoy, especialmente en la respuesta del padre. Él no lo regañó, ni lo condenó, ni lo sermoneó, ni lo castigó; cuando vio a su hijo a la distancia y se dio cuenta de que había vuelto, corrió con alegría a encontrarse con él y lo besó, feliz de que hubiera regresado para ocupar el lugar que le correspondía en la familia. No sólo eso, lo vistió con ropas finas y dio una fiesta de bienvenida para celebrar su regreso.
Puede que algunos consideren notable que este padre tan fácilmente haya dejado atrás su desengaño, y haya tratado al hijo descarriado como un rey; pero si uno lo analiza más profundamente, puede ver que el castigo y la condena nunca hubieran producido la tan necesaria reforma. ¿Acaso no fue el amor incondicional del padre lo que contribuyó a que se produjera el cambio?
Yo tuve que poner a prueba mi comprensión de esta verdad cuando mi hijo adolescente se involucró con un grupo de muchachos que no le convenía y, cediendo a la presión de sus amigos, dejó el hogar para explorar el mundo de las drogas.
Me senté con la Biblia y el libro de texto de la Christian Science, Ciencia y Salud. Sabía que no necesitaba esperar a que cambiaran las cosas, pero era necesario establecer en mi pensamiento lo que Dios sabía sobre la situación.
Abrí Ciencia y Salud y encontré esta interpretación espiritual de niños: “Los pensamientos y representantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 582. Razoné que mi hijo era realmente el pensamiento de Dios, Su idea, escondido con Cristo en Dios, donde era amado, sustentado y estaba a salvo, exento de creencias físicas y biológicas. Como idea, tenía una relación con Dios, la Mente, que estaba preservada para siempre. Y como todas las ideas de Dios habitan en la Mente, yo realmente no podía estar separada de él. Me sentí en paz, y me fui a dormir.
Sin embargo, durante la noche, me desperté alarmada por esta pregunta: “¿Será mi culpa? ¿En qué fallé como madre?” ¡Cuántos padres habrán tenido que luchar con esta pregunta! Consideremos esto seriamente por un momento. Es incuestionable que los padres tienen la responsabilidad de vivir con las normas más elevadas de moral, y mediante el amor y la educación, impartir valores espirituales y verdaderos a sus hijos. Pero para identificar y destruir aquello que está minando, tanto el crecimiento sólido de los jóvenes como la eficacia de los padres, uno tiene que enfrentar con valor el error básico: el magnetismo animal, o la creencia de que el mal es inteligente, poderoso y atractivo.
El magnetismo animal, la mente carnal, es enemistad contra Dios. Es la serpiente del sentido material que mesmerizó a Adán y a Eva para que comieran la fruta prohibida del conocimiento del bien y del mal, prometiéndoles (como nos promete hoy a nosotros) que los haría sabios. ¿No es ésta una sugestión de que el hombre tiene una mente propia, separada de la Mente divina, y que es su derecho conocer el mal tanto como el bien, aunque tal conocimiento lo prohibió Dios?
Es necesario rechazar este tipo de sugestión, partiendo de la base de que sólo existe una Mente y que, como la expresión de la Mente, el hombre sólo puede reflejar a esa Mente. La creencia en el mal no tiene en realidad ningún poder ni atracción.
La autoridad de Jesús sobre el mal es un don que todos podemos poner en práctica.
Los padres tienen la responsabilidad todos los días, mediante la oración, de enfrentar esta pretensión de que pueda haber una mente o un poder aparte de Dios, hasta que los hijos comprendan cómo hacerlo ellos mismos. Una manera de hacerlo es no darle identidad al mal, no ponerle un nombre como si fuera algo que tiene fuerza o poder, que hay que enfrentar. No hay que tenerle miedo. ¿Por qué? Porque ante la luz de la omnipotencia, la omnisciencia y la omnipresencia de Dios, el bien, no hay lugar para el mal. Dios nunca hizo el mal, y no lo conoce, y por lo tanto, no le debemos tener miedo. Es tan sólo una creencia falsa, un mito que parece haber crecido en fuerza a lo largo de los siglos y que, pretendiendo mayor fuerza, mantendría al mundo de hoy en el caos. No obstante, no tiene ningún poder.
La Christian Science me había enseñado que el magnetismo animal no tiene poder para atraer a alguien con engaños, y apartarlo del bien que nuestro Padre-Madre Dios tiene preparado para Sus amados hijos. Recuperé la tranquilidad nuevamente y resolví esperar a que se manifestara la lógica de los acontecimientos bajo el gobierno de Dios.
No me sorprendió cuando, varias semanas después, mi hijo vino a casa y me preguntó: “Mamá, ¿qué dirías si te digo que quiero volver a casa?” Cuando le aseguré que me llenaría de alegría, corrió a recoger sus cosas que había dejado en la puerta. Se había dado cuenta de su error, estaba arrepentido, ya no tomaba drogas, y estaba listo para ocupar su justo lugar.
¿Tiene usted un hijo que se ha ido del círculo familiar debido a las drogas, la promiscuidad u otras trampas parecidas? Ciertamente comprendo la angustia y la ansiedad que debe sentir, pero no se preocupe, hay esperanza. No crea que es un caso perdido. ¿Piensa: “Es demasiado tarde, hace mucho que se fue”? ¡Nunca es demasiado tarde! ¿Por qué? Porque el gran amor que Dios tiene por Sus hijos todo lo envuelve, todo lo incluye, es el bien que se manifiesta de continuo y que nunca se pierde. El comprender que somos uno con el Padre único de todos, y recurrir a Él en busca de la solución correcta de cualquier problema, trae curación.