Una Noche, durante un carnaval, mi marido y yo salimos para observar la fiesta en la plaza de una ciudad del interior de São Paulo, donde los festejos tienen proporciones más sencillas que en las grandes metrópolis.
En un momento dado, presenciamos una escena que por analogía, me hizo pensar en ideas inspiradas y útiles. Un niño de unos cinco años vestido de Superman, estaba sobre los hombros del padre, aferrado a su cuello y gritando de horror al ver a otro chico bastante más grande, disfrazado de vieja. Este último tenía un vestido muy gastado, andaba con la espalda encorvada y se apoyaba en un bastón rudimentario. En el rostro llevaba una máscara con facciones muy blancas y enfermizas. El llanto del pequeño posiblemente se debiera a una creencia popular según la cual existen viejas que roban a los niños y los maltratan.
Al ver la desesperación del niño, el padre le levantó la máscara al adolescente y reveló que se trataba de un amigo, un chico conocido y muy saludable. Allí se detuvo el llanto. Pero el joven quería seguir divirtiéndose y se puso de nuevo la máscara. Nuevamente Superman se puso a llorar de miedo. Eso se repitió varias veces. Al final nos fuimos. Era evidente que no había ninguna razón verdadera para que el niño tuviera miedo, porque lo que lo asustaba era tan sólo una máscara. Al no saber distinguir entre lo que era verdadero y lo que era falso, se dejó engañar y pasó por un momento de miedo y angustia.
Poco tiempo después, cuando yo misma pasé por un período de miedo y sufrimiento, tuve la oportunidad de aplicar este mismo principio a una situación que no era ningún juego ni diversión de carnaval.
Comencé a sentir un dolor relacionado con síntomas que se consideraban peligrosos. Tuve miedo, pero yo sabía que podía recurrir a la oración para sanarme, dado que ese dolor ya había aparecido otras veces y con mis oraciones y las de practicistas, había desaparecido. Parecía que cada vez que surgía el dolor yo era engañada por una máscara y la oración arrancaba esa máscara. Fue entonces cuando me pregunté: ¿cuántas veces tengo que ser engañada para reconocer que se trata simplemente de una máscara?
Orar, desde un punto de vista cristianamente científico significa procurar ver aquello que es real acerca de Dios y el hombre, y arrancar la máscara a aquello que no es verdadero. La Biblia nos enseña que Dios es Amor. En el Amor sólo puede existir armonía. Y Su semejanza sólo puede incluir las cualidades que existen en Dios, que no reside en la materia y siempre manifiesta armonía y perfección. La oración, o sea, el reconocimiento correcto de Dios, y del hombre a Su imagen y semejanza, nos permite distinguir entre la realidad y la irrealidad, entre el hecho espiritual y la máscara de desarmonía, de dolencia, de peligros amenazantes. Esa oración incluye vigilancia.
Busqué en el Novo Dicionário Aurélio una definición más amplia de la palabra vigilar. Entre otras acepciones, encontré: “Observar atentamente, estar lúcido y atento; velar. Estar de centinela, estar alerta”. Cristo Jesús recomendó específicamente que fuésemos vigilantes. No ser vigilante es ser apático, indiferente, dormido en cuanto a las verdades espirituales. En ese caso, yo precisaba estar alerta. Ante todo, para saber que la imagen y semejanza de Dios no es material. Y también para no tener miedo de las sugestiones del mal, sino estar atenta y dispuesta a admitir como verdadero sólo aquello que viene de Dios, que es siempre bueno. El mal no procede de Dios.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science,
Ciencia y Salud, pág. 475. da una definición de hombre que dice en parte: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu. El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana”. Ibid., pág. 393.
Al estudiar diariamente ese libro, también encontré inspiración y apoyo en un pasaje que dice: “Sed firmes en vuestra comprensión de que la Mente divina gobierna y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios. No temáis que la materia pueda doler, hincharse e inflamarse como resultado de una ley de cualquier índole, cuando es evidente que la materia no puede tener dolor ni padecer inflamación”.Significa Ciencia Cristiana. Pronúnciese crischan sáiens.
Al seguir esas instrucciones yo no estaba en actitud pasiva ni contemplativa. Estaba orando, con el pensamiento en acción, ocupada en entender y estar en línea con la ley de Dios. Fue realmente como arrancarle la máscara de sugestión al dolor y a la enfermedad. En poco tiempo, los dolores desaparecieron, y esta vez de manera definitiva. Yo había aprendido una lección inspirada, al observar un juego inocente, pero significativo, en una noche de carnaval.