Una Noche, durante un carnaval, mi marido y yo salimos para observar la fiesta en la plaza de una ciudad del interior de São Paulo, donde los festejos tienen proporciones más sencillas que en las grandes metrópolis.
En un momento dado, presenciamos una escena que por analogía, me hizo pensar en ideas inspiradas y útiles. Un niño de unos cinco años vestido de Superman, estaba sobre los hombros del padre, aferrado a su cuello y gritando de horror al ver a otro chico bastante más grande, disfrazado de vieja. Este último tenía un vestido muy gastado, andaba con la espalda encorvada y se apoyaba en un bastón rudimentario. En el rostro llevaba una máscara con facciones muy blancas y enfermizas. El llanto del pequeño posiblemente se debiera a una creencia popular según la cual existen viejas que roban a los niños y los maltratan.
Al ver la desesperación del niño, el padre le levantó la máscara al adolescente y reveló que se trataba de un amigo, un chico conocido y muy saludable. Allí se detuvo el llanto. Pero el joven quería seguir divirtiéndose y se puso de nuevo la máscara. Nuevamente Superman se puso a llorar de miedo. Eso se repitió varias veces. Al final nos fuimos. Era evidente que no había ninguna razón verdadera para que el niño tuviera miedo, porque lo que lo asustaba era tan sólo una máscara. Al no saber distinguir entre lo que era verdadero y lo que era falso, se dejó engañar y pasó por un momento de miedo y angustia.
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