Desde niña sentí un profundo deseo por comprender la justicia. Quería poner a disposición mis talentos para que se hiciera justicia con otras personas. Además, en mi familia era tradicional que los hombres fueran abogados.
En la década del 60, mi país sufrió las consecuencias de una guerra civil que siguió al terminar la Segunda Guerra Mundial, y duró unos dos años. Por lo tanto, la búsqueda de justicia era algo que prevalecía en nuestra sociedad. Esto me llevó a estudiar derecho en una universidad del centro de Europa.
Fue entonces que tuve mi primera decepción con la abogacía. Mi profesor de filosofía del derecho, dijo que el derecho no era una ciencia exacta, sino una creación humana. Tal vez estaba en lo correcto, o tal vez no. Dijo que el concepto de justicia no tiene una base inamovible. Entonces agregué a mis estudios otros cursos que me llevaran a la verdad, como filosofía, psicología, historia del arte y literatura.
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