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Artículo de portada

Abogada

Del número de marzo de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde niña sentí un profundo deseo por comprender la justicia. Quería poner a disposición mis talentos para que se hiciera justicia con otras personas. Además, en mi familia era tradicional que los hombres fueran abogados.

En la década del 60, mi país sufrió las consecuencias de una guerra civil que siguió al terminar la Segunda Guerra Mundial, y duró unos dos años. Por lo tanto, la búsqueda de justicia era algo que prevalecía en nuestra sociedad. Esto me llevó a estudiar derecho en una universidad del centro de Europa.

Fue entonces que tuve mi primera decepción con la abogacía. Mi profesor de filosofía del derecho, dijo que el derecho no era una ciencia exacta, sino una creación humana. Tal vez estaba en lo correcto, o tal vez no. Dijo que el concepto de justicia no tiene una base inamovible. Entonces agregué a mis estudios otros cursos que me llevaran a la verdad, como filosofía, psicología, historia del arte y literatura.

Cuando terminé mis estudios regresé a Grecia y comencé mi profesión de derecho. No tuve problemas por ser mujer; aparte de eso, en Grecia las mujeres a menudo practican la abogacía.

No obstante, comencé a tener problemas con la manera en que se practica el derecho. Me preguntaba si al ganar el caso de un cliente, no estaba siendo injusta con el otro lado.

Fue en ese momento que conocí la Christian Science, y mi vida cambió. El concepto de justicia que yo deseaba lo encontré en las leyes espirituales, inalterables y eternas de Dios.

Después de unos años, y de mucha oración, decidí dejar de ser abogada de la corte, y ofrecí mis servicios a una importante empresa industrial especializada en el comercio internacional. En este nuevo puesto, donde estuve alrededor de 20 años, fui reconocida y respetada. Hubo problemas, pero no porque fuera mujer. Y la oración en la Christian Science me fue de mucha ayuda.

Estoy casada y tengo una hija. No siempre es fácil tener una trabajo de responsabilidad cuando uno tiene una familia. Me siento afortunada de que mi esposo y yo tengamos la misma fe en Dios. De manera que nos hemos ayudado mutuamente tanto a nivel espiritual como práctico.

Después de trabajar muchos años en esa empresa, ocurrió una situación muy injusta. Mi esposo y yo oramos para saber que en Dios siempre hay armonía, que no hay nada más allá de la verdad y la justicia de Dios. Traté de no sentir ninguna hostilidad, por lo contrario, sentí afecto y respeto por todos. El resultado fue que en la oficina me encontré sin querer con uno de los directores de la empresa, quien reconoció que habían cometido una equivocación conmigo y me pidió disculpas.

En lo que respecta a la ley griega, existe total igualdad entre los hombres y las mujeres. Sin embargo en la práctica, se ven casos de inigualdad. A las mujeres no se las promueve tan fácilmente a cargos de alto nivel gerencial. Existen diferencias salariales. Hay un mayor porcentaje de mujeres desocupadas. Todo esto, a pesar de que en Grecia hay una Secretaría de Igualdad que trata de desarraigar las desigualdades.

Yo creo en la igualdad entre hombres y mujeres, y he dedicado mi vida a que se haga justicia en esta sentido. El entendimiento entre los sexos será posible a medida que la gente comprenda su verdadera identidad espiritual como hijos de Dios.

El respeto que he obtenido a lo largo de los años, no lo recibí porque soy abogada o porque soy mujer. Lo obtuve porque me di cuenta de que tengo cualidades espirituales innatas, y son esas cualidades las que me ayudaron.

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