La verdad es que no comencé mi carrera de diseñadora porque me apasionara, sino para poder mantenerme al fallecer mi marido, en una época en que las oportunidades de trabajo para las mujeres eran muy limitadas. Me invitaron para que fuera ayudante del presidente de la escuela de corte y confección de Kobe. Yo me había graduado ahí. Pienso que el presidente me dio el trabajo no tanto por mi habilidad, sino porque me tenía lástima. Al poco tiempo me enviaron a abrir y gerenciar la oficina en Tokio.
Sentí la urgencia de mejorar la moda femenina japonesa. Estudié diseño de modas en Nueva York y en París. No me esforzaba mucho por hacer carrera, simplemente trataba de hacer bien lo que llegaba a mis manos. Fui bendecida con muchas oportunidades que surgieron a través de encuentros inesperados.
Como diseñadora de modas, siempre trabajaba bajo la presión de crear “algo nuevo”, para sorprender a la gente. Al mismo tiempo, siempre estaba buscando algo de valor perdurable, de un bien perdurable. Mi corazón tenía el profundo deseo de compartir el amor de Dios con la gente y darles a conocer el cristianismo. Antes de comenzar a estudiar la Christian Science hace unos 30 años, yo ya era miembro de una iglesia protestante.
Tuve que ser creadora y gerente comercial al mismo tiempo. Tenía 10 empleados, y debía asegurarme de tener suficientes pedidos como para poder pagar los sueldos y todas las cuentas del negocio. Pienso que no podría haber dirigido mi negocio sin apoyarme en Dios a diario en busca de ayuda.
A menudo, diseñadoras jóvenes del exterior se quedan conmigo, mujeres jóvenes de Corea del Sur, Taiwan, los Estados Unidos y Francia. Les enseño por la alegría que me trae estar rodeada por gente como ésta. Cuando se sienten desalentadas, les digo: “Sólo el bien es real, las cosas malas no son reales”. A muchos les resulta desconcertante esta verdad tan simple, pero a menudo les ha dado el valor necesario para enfrentar un desafío y seguir adelante.
En una ocasión, dos días antes de una charla que tenía que dar ante un público numeroso, me caí. Se me hinchó mucho la cara, y un ojo se me había puesto morado. La oración mejoró mucho la condición, y pude dar la charla sin que la gente notara el problema. Hubo también otras ocasiones en que la fecha de entrega a un diario o revista estaba muy cerca, y no lograba tener ninguna idea. pero cuando me daba cuenta de que Dios es el verdadero “escritor”, las ideas comenzaban a fluir, y lograba terminar a tiempo.
La experiencia más dramática ocurrió hace alrededor de un año. Le estaba haciendo un vestido a una clienta que me había traído una tela muy costosa. Después de cortarla, de pronto me di cuenta de que me había esforzado tanto por colocar el bordado tan elegante en los lugares apropiados, que me olvidé de las mangas. Por un momento me invadió el pánico, ya que no había forma de conseguir la misma tela. Pensé: “Cómo puedo haber cometido semejante error con los años que tengo en esta profesión”.
Entonces recordé que Dios había estado siempre conmigo en momentos difíciles. Literalmente me aferré a Dios. Yo sabía que para Él no hay nada imposible, que me ayudaría a terminar el trabajo. Fui dirigida a proceder, paso a poso. Tomé las mangas de la falda y, como resultado, el vestido terminado se veía mucho más hermoso que el diseño original. Una vez que le quité el exceso de tela, tuvo una línea mucho más linda. Dios me había rescatado una vez más.
Hace poco, después de que falleciera mi maestro, Chiyo Tanaka, la administración fideicomisaria de la escuela enfrentó problemas financieros. Les dije: “¿Acaso no es lo más importante pensar cómo vamos a compartir más amor, expresar más belleza, y abrazar y nutrir a los estudiantes con más amor y belleza?” La gente sentada alrededor de la mesa estaba atónita. Llegué a casa orando y con la confianza de que lo que les dije había aportado algo bueno a su pensamiento.