En Mi Escuela, los estudiantes de los últimos grados muchas veces se aprovechan de que son mayores y más grandotes, y se la pasan dando órdenes a los alumnos de grados inferiores. Antes de comenzar las clases o a la salida, o hasta en los recreos, mandan a los menores a comprar cigarrillos o bebidas alcohólicas para ellos. Muchas veces también incentivan a los más jóvenes a fumar y beber. Cuando alguien se niega a obedecer, les hacen burla, diciéndoles un montón de cosas desagradables para avergonzarlos delante de los otros chicos.
A veces es difícil enfrentar esa situación. No obstante, lo que aprendo en la Escuela Dominical me ha ayudado mucho en esas ocasiones. Principalmente porque me ayuda a reconocer qué es verdad y qué errado. Yo sé que cuando hago lo que es correcto no necesito tener miedo de nadie, porque Dios está a mi lado, dándome fuerza. Sigo recordando esto aunque los demás me digan que soy un tonto, o que no soy un hombre porque no fumo ni bebo. La verdad es que nadie puede cambiar la realidad de que soy el hijo completo de Dios, y ya tengo todas las cualidades que necesito. ¿Y saben una cosa? Los estudiantes, hasta los más grandes, acaban por respetarme más que si los obedeciera en todo lo que ellos me mandan a hacer.
En una ocasión, una chica de la escuela me mandó que fuera al bar de la esquina a comprarle vino. Se sabía que ella bebía mucho, siempre. Me negué y le dije que ella podría dejar de beber. Ella me insultó e incluso me dio varios empujones, con rabia. Yo no me impresioné y me quedé pensando que ella también era hija de Dios como yo, y que, por lo tanto, Dios debía estar hablando con ella. Yo sé que Dios le enseña a todos, no sólo a mí.
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