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Varias señales del cuidado de Dios

Del número de abril de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A Lo Largo De Mi vida he podido comprobar muchas veces el poder absoluto que tiene Dios para sanarnos y cuidar de nosotros cuando nos apoyamos radicalmente en Él.

Un día salía de la Sala de Lectura de la Christian Science, cuando resbalé y me llevé por delante la puerta de entrada que era de vidrio. El impacto fue tan grande que cuando el vidrio se rompió me caí encima de él. Tenía las piernas con grandes heridas, pero no sangraban y tampoco tenía dolor. Estaba sola. De inmediato me volví a Dios en oración. Recordé la parábola del buen Samaritano en la Biblia, donde un hombre fue atacado y quedó casi muerto en manos de asaltantes (véase Lucas 10:30–37). Así que afirmé que ningún tipo de error podía atacarme, llámese asaltantes o accidente. Que yo no podía estar lastimada de ninguna manera puesto que el Amor divino no cesaba de protegerme. Seguí orando, pensando en la presencia de los ángeles mensajeros de Dios que vienen siempre en nuestra ayuda. Y fue entonces que un policía justo pasaba y al ver lo ocurrido vino como el buen Samaritano en mi ayuda. Le pedí que llamara a un practicista de la Christian Science, lo que hizo muy gentilmente. Con el apoyo del practicista y mi oración, a los diez días pude volver al trabajo, totalmente sana.

Otra curación muy importante que tuve fue una madrugada, que estaba cocinando barbacoa. Yo la preparo afuera en el jardín, en un asador especial, porque se hace al vapor. Resultó que salí para ver la comida, y metí la pala para mover el carbón y un carbón encendido se me cayó en los pies. Sentí un dolor fuerte, y de inmediato me acordé de los tres jóvenes de la Biblia que fueron arrojados por el rey Nabucodonosor al horno de fuego ardiendo y cómo el fuego no les hizo daño alguno. “Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían” (Daniel 3:13–27). Entonces pensé que a mí tampoco podía ocurrirme algo así.

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