Una Mañana me desperté con mucha picazón en todo el cuerpo. Me fijé a qué se debía, y descubrí que estaba cubierta de puntos rojos. No tenía la menor idea de lo que era. Entonces me puse a orar para saber que la imperfección jamás es una realidad, sino una imposición de los sentidos materiales.
El problema me incomodó mucho durante cuatro días. Cuanto peor me sentía, más insistía en saber que Dios, la Mente divina, es omnipresente, y la enfermedad y la imperfección no existen. En mi trabajo de oración traté de comprender que soy un reflejo de Dios, y expreso cualidades espirituales y armoniosas. Del mismo modo que los rayos del sol sólo pueden reflejar la luz que proviene del sol, yo también, como reflejo de la Mente, sólo reflejar lo que Dios es, y en Él no existe la desarmonía ni tampoco hay causa para ella. Entonces, yo no podía tener esos síntomas, porque no provenían de Dios.
Me esforcé por saber con insistencia que la ley divina era la única realidad. La enfermedad y esos síntomas sólo podían ser una ilusión de la mente mortal, que pretende ser algo.
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