Fui Invitada a viajar a un país extranjero como parte de un pequeño elenco de artistas. La situación política allí era inestable, y mucha gente pensó que el viaje era peligroso y que no era muy inteligente ir. No obstante, después de orar mucho decidí no permitir que el temor me impidiera hacer algo que valía la pena y acepté la invitación.
Durante un concierto que dimos ante un gran público compuesto sólo de hombres de otra raza, un comentario inocente inesperadamente provocó una violenta reacción por parte de una sección de la multitud que pertenecía a un grupo político radical. Me refugié con los otros artistas en un cuarto cercano cuyas paredes eran divisiones que no llegaban totalmente hasta el techo. Los que estaban del otro lado de la pared nos intimidaron físicamente, hubo abuso verbal, y amenazaron nuestras vidas. Fue una experiencia aterradora para estas cuatro jóvenes australianas que no estábamos de ningún modo acostumbradas a las tensiones políticas de ese tipo, y tampoco estábamos preparadas para enfrentarlas.
Dios está a cargo, cuidando y protegiendo a todo aquel que pone su confianza en Él, y obedece Sus indicaciones.
Yo me sentía conmocionada y con miedo por la ferocidad y lo repentino que fue el ataque, de manera que me sorprendí mucho cuando un miembro del elenco me pidió que hiciera “algo”. Como no sabía a qué se refería, le contesté que lo único que podía hacer era orar. "Pues, ¡hazlo!", me dijo con firmeza. La imperiosidad de su declaración me despertó del temor, y comencé a orar.
Sabía que el recurrir a Dios en oración produce resultados prácticos. La oración no es simplemente lo que hay que hacer en algunas situaciones; sino lo mejor que se puede hacer en toda situación. He probado que cuando nos enfrentamos con una enfermedad o un peligro, lo mejor es apoyarse radicalmente en el poder y la bondad de Dios porque esto contribuye a que se produzca la curación. Entonces me opuse firmemente a sentirme paralizada por la intimidación y la fealdad del mal.
La verdad es que nadie es impotente o carece de poder ante el odio. Cuando nos sentimos amenazados podemos reconocer que la ley de Dios es suprema. Todos podemos recurrir a Dios y escuchar Sus mensajes de consuelo y paz. Dios está a cargo, cuidando y protegiendo a todo aquél que pone su confianza en Él, y obedece Sus indicaciones. Las tiernas palabras del Salmo noventa y uno nos recuerdan que no estamos solos. Allí mismo donde la ira y el odio parecen prevalecer, estamos protegidos por el poder del Amor. Como expresión de Dios, tenemos fortaleza y dominio. Podemos permanecer tranquilos y declarar que puesto que Dios es Todo, las actitudes amenazantes no pueden tocar al hombre de Dios. Puesto que el Amor divino es omnipotente, las intenciones malvadas carecen de poder.
Existe una sola Mente, por lo tanto, una mente malvada no puede existir ni como poder ni como realidad. El mal no forma parte de Dios y tampoco de Su gobierno. El hombre como imagen de Dios que refleja la inteligencia y la paz de la Mente, nunca puede estar sujeto a hostilidad alguna. Bajo el cuidado de Dios estamos seguros. Mientras oraba de esa manera, los demás estaban sentados en silencio sobre unas cajas. Una vez que las cosas afuera de la puerta se calmaron, me pidieron que les contara cómo estaba orando. Les conté varios ejemplos de protección de la Biblia. La vida de Daniel fue protegida en el foso de los leones, y Sadrac, Mesac y Abednego, caminaron sin sufrir daño en el horno de fuego ardiente. Véase Dan. 6:1-23; 3:1-28. También describí cómo fue salvado Moisés en el Mar Rojo. Véase Éxodo 14:5-31.
Al recordar estas maravillosas historias, tan llenas de valor y convicción espiritual, me sentí inspirada y tuve la esperanza de que todo se resolvería pacíficamente. Sabiendo que tendríamos que caminar hacia nuestro vehículo atravesando la multitud de hombres que esperaban afuera en la oscuridad a que saliéramos, les conté a mis colegas la experiencia de Cristo Jesús.
Cuando se vio enfrentado con una multitud enfurecida, intentaron hacerle daño, pero su confianza firme en Dios le permitió pasar con seguridad en medio de ellos y continuar su camino sin que le hicieran daño alguno. Véase Lucas 4:28-30. Este ejemplo de nuestro Maestro me dio la confianza de que podíamos hacer lo mismo. Les sugerí que camináramos sin miedo mirando hacia el frente. Al salir del cuarto sentí que Dios nos protegía tiernamente a todos. Pudimos subir a nuestro vehículo que era abierto en los costados y carecía de techo, sin ningún incidente. Aunque nos arrojaron algunos objetos, no le pegaron a nadie, y pudimos partir ilesos.
Desde que tuve esta experiencia, siempre que escucho informes de violencia, pienso con gratitud en lo que escribió Mary Baker Eddy: “Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos de ellos estaréis completamente protegidos contra los ataques de toda clase de error. Y no sólo estaréis a salvo vosotros mismos, sino que también se beneficiarán todos aquéllos en quienes pensáis”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 210.
